BCCPAM000253-1-12000000000000

a ES aa Sin embargo, no ha querido el Altísimo dejar á nuestra libre voluntad estos actos generosos, que tanto nos honran, y que resultan en nuestró interés propio: el Señor lo manda, el dueño de todos los séres lo ordena. ¡Infeliz de aquel que, duro de corazon, diga con sus obras yo no quiero! En el Añ= tiguo Testamento ordenó á los Hebreos, y en ellos á todos los hombres, que á la viuda y al huérfano no se les hiciese el , menor perjuicio (1). ¿Y qué perjuicio más grave y de más funestas consecuencias, que abandonarlo á la indigencia y á la miseria? Este precepto, que como negativo obliga siempre y por siempre, defiende y proteje en gran manera á las per- sonas desvalidas: para ellas esta órden del Señor es al modo de un muro inexpugnable. Dice más el Árbitro de los séres, El habla: con los Jueces y les intima este mandato: Cuando te sientes en el tribunal para juzgar al pueblo, te mando que seas tan misericordioso con los huérfanos, como lo es con sus niños un padre amable, tierno y compasivo (2): y para alentarlos, les promete un exquisito premio: tú serás, le dice, en este caso, como el Hijo del Altísimo obediente, y Se compadecerá de tí, más que una madre afectuosa (3). De aquí es, que los Santos Padres no hallan expresiones con que encomiar la excelencia de esta caridad. San Gregorio Na- cianceno, en una oracion que hizo en favor de lós pobres, pror- rumpe en estas magníficas expresiones: «No tiene el hombre una. cosa tan alta, tan sublime, tan divina. como el hacer bien á sus semejantes. Mortal, ¿quieres subir sobre tí mismo, quieres elevarte sobre la baja esfera de lo terreno, quieres parecerte á Dios? pues imita su misericordia. No hay á la verdad un culto más grato á Dios, como la compasion con los desvalidos, puesto que conviene al mismo Señor en tal maneta, como que la misericordia y la verdad (1). Exodo, 22., 29. (2) Ecel., 4.,-10. (3) Ibid.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz