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IM deza y majestad infinita, y ya por los inefables beneficios que á tanta costa suya nos ha dispensado y nos dispensa en cada momento: mas este Supremo Bienhechor, á quien deberiamos tributar un eterno agradecimiento, áun á costa de la sangre misma de nuestras venas si necesario fuese, se ha ausentado de nosotros en su presencia visible, y se-ha ido á preparar- nos el lugar que hemos de ocupar en las celestes mansiones, ¿Y por qué no lo vemos, por qué no lo tocamos de un modo sensible como los que tuvieron la dicha de verlo y tratarlo en los dias de su peregrinacion? ¿Estarémos por eso dispen- sados de dedicarnos á su obsequio, de consagrarle nuestros cuidados y vigilancia, y de manifestar en honor de su persona la gratitud más expresiva, no yá-sólo con los-afectos de nues« tro corazon, sino tambien con nuestros mismos intereses? Se- ría una necedad monstruosa el opinar así. Es verdad que se ha ido de este miserable país; péro han quedado coñ nosotros los que ocupan su lugar, los vemos, los tocamos, á cada ins- tante 'nos salen al encuentro: en cada huérfano; en cáda des- valido, en cada niño desamparado; está Jésticristo de un mo- do tan patético, tan dulce, tan: admirable, que lo que á-ellos se hace, se le hace al mismo Jesucristo. Se puedé decir sin exageración, que debajo de aquellos miserables andrajos se oculta la Majestad infinita de nuestro Reparador miso; que Él es el desamparado én el huérfano; que El llora cuando aquél derrama lágrimas; que El pide cuándo aquél clama, y que á El sele socorre cuando se saca de la indigencia al pobre- cillo necesitado. Éste no hace más que levantar sus ojos tiernos, llenos de candor y de inocencia, para mirar al bien- hechor que le favorece; mas el Salvador, que es el remunera- dor eterno, que tiene en su mano la Omnipotencia, y mira como propio lo que se le hace al huérfano, le prepara desde luégo una insigne é inefable recompensa; es, pues, nuestro interés y nuestra felicidad misma la que promovemos, cuando se nos conmueven las entrañas sobre el menesteroso,- enju- gamos sus lágrimas y lo socorremos.

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