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Excelencias de la caridad con los huérfanos. Por desamparadas que se miren estas criaturas, por su- mergidas que se vean en la miseria, aunque hayan perdido á sus padres, no cuenten con sus parientes, ni tengan bien- hechores á quienes volver sus ojos tristes sobre la tierra, Dios los ama, cuida de ellos, y quiere que sean considerados por tan suyos, que si alguno se esmera en su socorro, se entien- da que lo prestan y socorren á Él mismo (1). Quiere más; su voluntad es que se les mire como el verdadero Padre de los huérfanos (2), su ayudador (3), y el que emplea la fuerza de su brazo omnipotente en defenderlos y protegerlos. Sentado en su trono de majestad y de grandeza, rodeado de gloria y en el abismo insondable de su propia felicidad, tiene tan fijas sus miradas sobre el huérfano, que un gemido, un ¡ay! una lágrima de sus mejillas, no serán mirados con indiferencia. Como la madre dulce, benigna y cariñosa que arrima á su pecho á su pequeñito y se duele sobre su desgracia, asi el Altísimo no puede sufrir las lágrimas del huérfano sin oirlas ni aceptarlas (4). Los deja, es verdad, entre nosotros en una situacion al parecer la más abatida, triste y dolorosa; pero ¡oh, qué economía tan asombrosa de su inefable providencia! ¡Qué arcanos tan profundos se ocultan en esto mismo! Los deja en. la aflicción porque así conviene á nuestros mismos inte- reses, y 4 nuestra eterna felicidad. Hagamos sobre esto una breve reflexion. El Salvador de los- mortales es digno de todo obsequio, de toda gloria, de todo servicio, ya por su gran- (1). S. Mat., 25., 40, (2) Ps. 67., 6. (3) Ps. 10., 14. 4) Ps. 145., 9.

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