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e E en nuestro favor la mano omnipotente que levanta los cai- dos, y tiene su particular gloria en fortalecer los flacos que se acogen á su proteccion y amparo: mil enemigos caerán pos- trados y vergonzosamente vencidos á nuestra izquierda, y diez mil á nuestra derecha: no prevalecerán: nuestra frente será coronada con el laurel inmortal, y nuestras manos empuñarán palmas de gloria inamisible. No hay pretexto que pueda fa- vorecer nuestra pereza en el severo tribunal. Cualquiera que sea nuestro estado, nuestra clase, nuestra fortuna, ya estemos elevados en un rango superior á los demás, ya gimamos en el crisol de las tribulaciones, la Divina Providencia vela sobre nosotros; nada nos sucede que no esté marcado con el sello de la Sabiduría, y los sucesos todos que nos acaecen, por aflic- tivos y gravosos que nos parezcan, están eslabonados precio- samente con nuestro destino eterno: sólo falta el que nos so- meltamos á sus santas disposiciones. ¿Hasta cuándo hemos de apoyar nuestras confianzas en cañas quebradizas, en brazos de carne, buscando en el valle de las miserias una felicidad que está reservada solamente para cuando lleguemos á la Pá- tria Celestial destinada á nuestro descanso? ¿No hemos de co- nocer nunca que nuestro corazon está corrompido, que su malicia nos hace desgraciados, y que, conduciéndonos por sus deseos terrenos, hemos de llorar precipitados en un abismo de males eternos? Busquemos á Dios, como lo buscó la Madre Isabel: sigamos sus ejemplos, no sea que se levante algun dia en el Juicio de Dios y acuse nuestra desidia. Vamos, pues, démonos prisa por entrar en aquel Reino de felicidades eter- nas donde sabemos que está nuestro supremo Monarca; allí nos aguarda la Madre Isabel (como piadosamente creemos), nos aguardan nuestros verdaderos amigos, nuestros parientes, nuestros hermanos, seguros yá de su dicha y solícitos de la nuestra: Jesucristo nos espera, nos desea, y está muy pronto á recibirnos. ¡Ah, qué gozo tan inmenso para nosotros cuan- do nos acoja entre sus brazos con un amor infinitamente más tierno, que aquel con que , “2. recibió á sus her- A ; A Y CECARO?

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