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bana en estos dias, y yo no me avergiienzo de decir que de solo ofrselas referir 4 sacerdotes que han subido 4 las mencionadas fortalezas 4 visitar y consolar 4 los parro- cos ‘que alli se hallan, se me han saltado las lagrimas. jAh, Exemo. Sr.! i Necesitaré yo de suplicar 4 V. E. que se detenga 4 pensar, siquiera por unos momentos, que V. E. es padre, y tiene una esposa y unos hijos, para que en seguida vuele su espiritu y recorra aquellos parajes, que recorria hace siete afios, dejandose ver ama- ble, compasivo y generoso con los hijos de esta Isla? Fi- gurese V. E., se lo suplica el Obispo de la Habana, figu- rese V, E. eémo estaria el corazon de su tierna esposa y de sus carifiosos hijos, si les tocase tener que pasar (lo que el cielo no permita) por ese trance amargo. Pues bien: en ese abismo de dolor en que ella y sus hijos se hallarian , se encuentran hoy en mi didcesis mas de cuatrocientas familias. Espanto causa 4 mi corazon es— pafiol que los espafioles, cuales son mis diocesanos, ten- gan que derramar tantas lagrimas y apurar copas tan llenas de hiel y amargura. Nadie en este pais ignora, Exemo. Sr., que el ir deportado 4 Fernando Poo, es lo mismo que caminar al cementerio, pues todos saben que casi todos los que fue- ron deportados, hard tres afios en agosto préximo, han bajado al sepulero, victimas de la fiebre maligna. Y hay la circunstancia muy especial de que los deporta— dos de aquella época pertenecian , en lo general, 4 cla- ses inferiores, y eran hombres acostumbrados 4 una vida de privaciones, y habituados 4 pasar malas noches durmiendo entre malezas, y aun debajo de los tablados ~ del muelle de esta ciudad, pues eran hombres de rapifia y de merodeo: y sin embargo, todos casi han muerto no pudiendo soportar los rigores de aquel clima, 4Qué sucedera, por tanto, 4 la mayor parte de estos mis infelices hijos en aquel pais mortifero? La gran ma-
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