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, -_ a ee a ] q | Z ! ‘ 44 mente dificiles. Para conseguir todo esto dela miseri- cordia divina, asocié 4 sus ‘débiles oraciones las dé su , clero, aconsejandole al propio tiempo que no tuviese cada uno de sus individuos mas sentimientos que los que inspira la-Religion, ni saliesen de sus labios sino palabras dignas de su alto ministerio, ensefiando 4 todos con su ejemplo la obediencia y sumision 4 la au- toridad , junto con el cumplimiento exacto de la ley de Dios , pudiendo asegurar 4 cuantos oyesen sus pala- bras que, una vez cumplido lo que encierran esas ver- dades, renaceria la paz y volveria la tranquilidad. Dos meses han trascurrido ya, Excmo. Sr., desde que determin6 hacer & hizo, y esté haciendo el Obispo lo que lleva espuesto. Su deber era aconsejar y orar; pero ha llegado un momento en el cual no puede per- manecer silencioso y espectante: la insurreccion esta, dominada, segun parece, y no trascurriran quizds muchos dias sin que quede vencida. La ley debe em- _ pezar 4 ejecutar sus fallos en los que merecen castigo, y al acercarse estos momentos, el Obispo tiene el deber de romper'el silencio, por interesarle intimamente la suerte de sus amados fieles. Porque él ve en todos y en cada uno de ellos otros tantos hijos, cuya dicha 6 cuya desgracia son suyas, por hacerlas suyas el amor que les tiene. Ha llegado 4 sus oidos la triste noticia de que mas de trescientos de estos sus feligreses van 4 ser de- portados 4 las islas de Fernando Péo, y esta noticia lo ha conmovido, dando por cierta la mayor desventura que puede sobrevenir 4 sus hijos, cual es la expatria~ cion, y con ella las lagrimas, la orfandad y la desgra- cia de sus madres, de sus hijos, de sus esposas: y esto le obliga & poner por su parte cuantos medios estén en su mano para implorar clemencia por los desgraciados. El Obispo cree, Exemo. Sr. , que no tiene ¢que hacer muchos esfuerzos para inclinar 4 V. E. 4 la conmise—

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