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31 que habian tenido la desgracia de tomar parte en un partido tan injusto como ilegal. Eramos y somos el Pa- dre de todos, y era un deber de nuestro ministerio in- terceder, rogar, suplicar y pedir, para ver si conseguia- mos enjugar algunas iagrimas, y volver a los estravia- dos 4 la senda del deber (1). : Inconsolable s. hoy nuestro dolor, amados hijos en. el Sefior, al ver que ya no podemos ayudar con nuestra palabra y nuestros esfuerzos 4 los que tienen el noble empeiio de defender la justicia de la causa nacional, ni ser el abogado para que se pueda perdonar alguna vez al criminal que se arrepienta, cual es un cargo de nues- tro oficio. Emprendemos de aqui 4 pocos dias la marcha para Espaiia, y hay latente en el fondo de nuestro co- razon una idea que nos entristece. Repetimos en estos momentos lo que decia el Apdstol al despedirse de los: fieles de Efeso: Yo se que no vereis mas mi cara todos vosotros ; pero mirad por vosotros: yo, se que despues de mi partida entraran 4d vosotros lobos arrebatadores que no perdonaran a la grey, y de entre vosotros mis- mos'se levantaran hombres que dirdn cosas perversas para llevar discipulos tras de si (2). (Quiera el cielo que nada de esto acaezca, y que, si es su voluntad, nos suceda lo que al Apéstol, que afli- gido por tener que ausentarse de las iglesias que habia fundado , dijo esas palabras en fuerza del dolor, y des— pues tuvo todavia el consuelo de volver4 ver 4 sus hi- jos. Entre tanto, aunque derramando lagrimas , os de- cimos adios, nnestros muy amados hermanos ¢é hijos, y os lo decimos deseandoos la paz, la paz de Dios, y con ella toda felicidad. Os repetiremos hoy lo que os decia- mos hace ya seis aiios, cuando os dirigimos la palabra (1) Documento ném, 4, (2) Act., cap. xx, versiculos 28 y 29.
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