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T dad de la Ielesia: Entonces dijimos al Gobierno con toda franqueza lo que habia de resultar de todas esas cosas. «|Quiera Dios, deciamos, que el pueblo, que ha visto que el que tiene mas fuerza es el que mas derecho tiene 4 mandar, no aprenda esta leccion al pie de la letra, y la ponga en practica algun dia!» Cuando escribiamos esto en 1] de marzo al ministro de Ultramar, distabamos siete meses del grito de Yara. Sobrevinieron luego ocurrencias nuevas, las cua- les nos obligaron 4 reclamar contra ellas estando en Madrid: y con fecha 20 de abril del mismo afio decia— mos al mismo ministro lo siguiente: «He vivido en aquel pais muchos afios, y lo conozco mucho: por lo tanto, estoy cierto, y comprendo que se ha dado una he- rida profunda 4 la vida politica de aquel pueblo, ewando este ha visto que la autoridad de la Iglesia ha sido ho- Hada, despreciada y vituperada, y que su Obispo ha sido injuriado. Y no dudo desde ahora decir 4 V. E. que si la autoridad de la Iglesia no es honrada en aquel pais mas que lo que se ha hecho, y no se la da una repara— cion, la suerte de aquel pais queda ya decidida: apelo al tiempo, que lo dira.» Hablamos tambien del modo como los representan— tes del poder han de sostener el prestigio de la autori- dad, y deciamos lo siguiente: «Si alguno en aquel pais trabaja por mantener el prestigio del nombre de nues- tra soberana, es la Iglesia. Porque V. E. lo sabe muy bien: ese prestigio se ha de sostener por medios que atraigan los corazones, que produzcan.. convicciones morales; pues los castillos, la artilleria, los nniformes y las armas, lo que pueden producir en ciertos casos es asombro, espanto, miedo, obediencia servil, pero no su- mision llena de amor y de hidalguia.» Ni ahora ni entonces haciamos mas que comparar tiempos con tiempos y hechos con hechos; tenfamos

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