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22 ‘su felicidad, y que se postran delante del Cordero de Dios, poniendo 4 sus pies sus coronas, mientras que los Angeles en pebeteros de oro presentan al mismo Cor- dero las oraciones de los Santos. que viven en el cielo y en la tierra (1). j Admirable perspectiva! j Elevacion stiiline de las almas y de los sentimientos del corazon del hombre! Pero esta elevacion del alma 4 la contemplacion de- las bellezas inefables del Dios que corona 4 sus Santos, esta perfeccion sublime de los sentimientos naturales del co- razon, solo se produce por la fe, y solo se tiene en la Iglesia catélica, 4 cuyos hijos inicamente podemos decir con el Apéstol: «Sois ciudadanos de los Santos, y do~ mésticos de Dios (2).» Nosotros, por medio de la fe, tenemos una comuni- eacion intima con Jo que no vemos con los ojos corpora- les: nosotros hablamos con Jesucristo, con su Madre, con los Patriarcas, con los Apéstoles, con los martires y confesores, con las virgenes y con nuestros deudos y amigos que han muerto en nuestra misma fe y en ca— ridad divina ; porque creemos que estén gozando de Dios, que lo ven cara 4 cara, y que ven en su esencia — divina nuestras aflicciones, nuestras lagrimas y tribu- laciones, y oyen nuestros suspiros y ruegos ; y creemos que, al verlas, piden 4 Dios que nos consuele, esperando- y creyendo que este Dios amantisimo oye sus preces, y nos libra por su intercesion de las tribulaciones, Si, nuestros muy amados hijos: el buen catdlico es un via- jero que camina 4 la patria, mirandola siempre de ‘hito en hito: su cuerpo camina por la tierra, pero su alma vive como por anticipacion en los cielos, pensando sin cesar en Jesucristo que lo ha de coronar, en su Madre y en los Santos que ruegan por él y lo estan esperando. 1) Apoe., cap. v, vers. &. 2) Ephes., cap. 11, vers. 19.
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