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216 pero apenas los ministros fildsofos de hace un siglo las pusieron fen los labios de un monarca, cuyas muchas | grandezas quedaron sombreadas por el abuso que los enemigos de la Iglesia hicieron de su caracter bondado- so, los atropellos contra la autoridad de los Obispos em—~ pezaron 4 dejarse columbrar en lontananza no remota. En tiempos que todos conocemos esto ha venido4 ser el pan de cada dia. Buenas son las regalias que enlazan entre si con vineulos de amor 4 ambos poderes, al imperio y al sacerdocio: buenas son, si se reconoce cual es su verda- dero origen, y cual es su objeto; pero tienen la fatali- dad de ser manejadas por hombres preocupados y apa— sionados , sucediendo con facilidad que el lazo de oro se vuelve vinculo de hierro, esposas que sujetan y grillos que encadenan al que es débil por profesion en el 6rden social. Kn aiios pasados fue un Obispo 4 visitar 4 cierta se- Tora alta y poderosa, y entré 4 su audiencia precisa- mente cuando estaba manejando un discurso académico sobre las regalias de la Corona, que cierto literato exa- gerado en la materia habia pronunciado en un acto so- tlemne. Despues de los saludos de costumbre, aquella seflora pregunté con gran viveza al Obispo cual era su parecer sobre las regalias. Senora, contests el interpe- lado sin inmutarse: /as regalias son segun se entien- dan, y segun se ejerzan: si se entienden como es de- bido y se ejercen bien, son un bien para la Iglesia: y st por el contrario , pueden dar ocasion & mnichos males.
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