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res, no pueden salir sino seres revoltosos y revoluciones habituales. Lo decimos y lo diremos. siempre: tales son los hombres, cuales las. instituciones que los forman y. los rigen. gccuizshifeg.or :! _, Al poco de haber llegado 4 mi didcesis, en 1865, pude comprender muy bien que se habia’ variado de sis- tema en casi todo lo perteneciente 4 relaciones entre el vice-real Patrono y el Obispo. Una de las cosas que mas me sorprendieron, fue que se habia dado 4 aquel una "gran preponderancia que no tenia:antes, cual era la de recibir él las reales 6rdenes que eran para este, trasla- dandoselas por comunicacion oficial: Resultaba de ahi, que muy antes que el Obispo 'supiese lo que’ el Gobier- no supremo disponia, se sabia’por la turba de los ofici- nistas y de otros que no lo eran. Son muchas las veces que he sabido por relacion de viva voz, lo que se habia ido leyendo entre muchos cor bastante hilaridad. Cuan- to se rebaja con esto la autoridad episcopal, lo com- prende quien cyente los escalones que tenia que recor— rer la comunicacion: dé la Reina 4 su ministro, del ministro al capitan-general, y de este al Obispo, pasan- do por una especie de baquetas de escribientes, deme= sas, de oficiales, de jefes de seccion,/ete.:, etc. A los pocos meses aprendi lo mucho que distaba la administracion de las rentas de entonces, de la que ha- bia, hacia ocho iios. Entonces el dioce ano disponia de 20,000 pesos al aiio para reparar iglesias, y si se hacian gastos en este género, bastaba unjibramiento dado por él mismo, en el cual sefialaba’ la. cantidad que el par- roco debia percibir en el Tesoro, la cual se le pagaba en el acto, y asi lo habia hecho yo siendo pairroco de Matanzas, para cuya iglesia me sefialé 3,000: pesos en 1854, y 1,500 en 1856. Ahora mediaba ya una tra- mitacion tan complicada, que ni aun podia el diocesa— ne mandar levantar un simple muro de\una iglesia,

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