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ow 9 dos cesantes, nobles propietarios, ricos y muy honrados comerciantes; y debo decir que no faltaron entre estos quienes me ofrecieron cuanto tenian en los dias de mi ultimo viaje 4 la Habana, ni falté quien dié érden 4 dos ricos comerciantes de Nueva-Yorck que me facilitasen hasta 5,000 duros, y mas que necesitase. No ofenderé su modestia nombrandolos; pero si debo decir que no tuve necesidad de aceptar tan nobles y° generosas ofertas, porque varios sacerdotes y alguna comunidad religiosa de la Habana me dieron recursos para que pudiese ha- cer mi viaje de regreso, pues estos sabian que desde el mes de octubre de 1869 no se me ha pagado ni un dbo- lo de mis rentas, no porque haya precedido érden algu- na del gobierno, sino por otras érdenes que no es del caso referir. Pero esos mismos cuerpos de voluntarios estan for— mados de masas populares, entre las cuales, aun dado caso que todas ellas posean in solidwm wna nocion mas 6 menos exacta de los principios de justicia y de recti- tud, ni puede haber toda la ilustracion necesaria para examinar las cosas piblicas, ni tampoco la prudencia para discernir lo verdadero de lo falso, sobre todo al querer poner en tela de juicio los hechos de ciertos indi- viduos. Nunca ha sido la prudencia el patrimonio de la muchedumbre exaltada. De estos voluntarios se han servido los revoluciona— rios ocultos, para perturbar la armonia, para arrojar so- bre el Obispo el lodo de la calumnia y cubrirlo con el ropajé que menos podia buscar él mismo, 4 no ser que hubiese perdido su criterio, con el sambenito de in~
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