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6° y sefialandolo tambien cada uno segun los sentimien- tos de su corazon, y algunos segun lo que decian cier- tos periddicos estipendiados para estar hablando mal de los que son céntinelas de la casa de Israel. Yo, que & las cuatro palabras que le of al sefior gobernador de Ca- _ diz, comprendi cual era la causa, y de dénde venia; no podia menos de reirme de tanto aparato como vi des— plegarse. Sabia que de esas montafias parturientes ni siquiera podia salir el ratoncillo de la fabula: y en vano hubiera yo hecho los esfuerzos mas gigantescos para entristecerme, que no lo hubiera conseguido: la sonrisa tomé asiento en mis labios, yt un gozo, nuevo para mi, en mi corazon. Tan pronto como se me pis ¢ en comunicacion, se apresuraron 4 venir 4 consolarme muchos amigos de todas las categorias, algunos diputados, y ademas to- dos los redactores de los periddicos Mamados hoy dia catdlicos. Cuantos se dignaron visitarme, no solo pro— curaban dar un lenitivo 4 mis penas con su afectuosa conversacion , sino que tambien me decian que rompiese el silencio que habia guardado; ‘y no hubo un solo re- dactor de los mencionados, que no me ofreciese las co— lumnas de su respectivo periddico, para que escribiese mi vindicacion. Ni faltaron personas muy respetables del clero que me aconsejaron lo mismo; pero yo los oia . 4 todos y se lo agradecia, quedando, sin embargo, en mi propésito de no desplegar mis labios ; lo que hacia porque no tenia mas que un pensamiento, y era el de irme al Concilio. Asi lo verifiqué 4 los pocos dias sin decirselo 4 nadie, y sin pagar mas que alguna visita 4

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