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j ¿MA | ce mas que acumular nuevos delitos, y. que la vana esperanza de convertirse, mas es escollo, que hurón para la sala vacion. En fin Señores, sto el Cielo 4: nues- tros gemidos , á los gemidos de su Espo- so, de su Hijo, y de su triste familia, se rinde á sus deseos: se aumenta su des- fallecimiento , crecen nuestros temores, se desvanecen nuestras esperanzas : la muerte, que habia yá mucho tiempo es- taba encerrada en su seno, se manifies= ta ,se declara : ¡pero con qué tranqui- lidad la vé llegar! ¿Os parece que para anunciarla el. dia del Señor hay necesi- dad: de recurrir á aquellas precauciones estudiadas , que mas sirven de ocultarle que de avisar su llegada? No por cier- to, ella misma le publica, y le anuncia á sus afligidos- asistentes, que aun á sí mismos se le: quisieron ocultar : ¿os pa rece que para consolarla en los temores de la muerte, hay «necesidad de mani- festarla unas falsas esperanzas de vida? En medio de la turbacion , del susto, de los llantos y suspiros, que rodean la ca= ma de su fallecimiento, dice con una se= renidad, á la que no pueden alterar sus males y trabajos : todos nos juntarémos en el Cielo; consolaos hijos . micas. con> ” E $0- TU

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