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XXXIX mucho tiempo que las estaba purifican» do con enfermedades y trabajos : noso» iros yá veíamos á lo lejos por medio de' algunos fatales anuncios, que se acercas ba nuestro luto. Los socorros del árte, los remedios alargaban los dias de la Rey- na Madre, pero no calmaban nuestros sobresaltos. Su valor parecia que daba nueva fuerza á los remedios , pero no daba nueva seguridad á nuestras espe- ranzas. El Cielo compadecido de las sú- licas y lágrimas. del pete todos los Deposit; yde la mas :afligida de las ca- sas , parecia suspender algunas veces el curso de sus males, pero no suspendia el órden de los decretos eternos, y el punto destinado á los dias de su vida mortal. Por mas que nuestros deseos nos la asegurasen, cada dia se manifestaba mas de cerca ásu vista la eternidad : cuan= to mas parecia que la dilataba el Señor, mas próxima la veía ella , y aun la apres suraba con el ardor de sus deseos: so lamente en este punto no hacía caso de las súplicas de los de su al rededor; te- mia el haber ya vivido demasiado , y de» no vivir : nosotros nos lisonjeamos con las esperanzas de nuestra conversion, y ella nos enseñaba , que el tiempo que se destina para el arrepentimiento , no ha» e ce

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