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* soledad; estaban en ella como en una tierra desierta y abandonada; y aquel Monarca tan glori oso, que mu riendo de- jaba un: vacío tan g rande.en la tierra, dexó otro no menos grande en sus cora: zones , al que despues nada pudo llenar- Su tierno, su fino, su invariable amor 4 su' Real familia , y sobre todo á su Fernando, les pudo dar aliento para so- brevivir á tan fatal suceso. ¡Con qué ojos veían crecer en él todos los días sus felices inclinaciones , y ¡nuestras esperan- zas! ¡Con qué. excesos «de -amor velan descubrirse en él la magestad , las dis- posiciones y las señales de todas las gran- des prendas de su Augusto Abuelo! ¡Con qué respetuosa circunspeccion le acaricia- ban y regalaban! La infancia de los So- béranos, que siempre es causa de que los honores y respetos que se les tributan sean menos circunspectos, aumentaba la atencion y el cuidado de los suyos; y si una nacion tan fiel, tan respetuosa y tan amante de sus Reyes. tubiera necesidad de ejemplos en este punto, bastaban los Reyes Padres para enseñarnos á amar > respetar 4 nuestros Soberanos. - Esta era la pública confianza que da- ba la España 4 los Reyes Padres. ¿Pero no fué el mismo amor que tubieron á | - TUes-

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