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DIA SEGUNDO. 81 varnos. ¡Oh cuán obligada estás, alma mia, al divino amor, por haberte Dios amado antes que tú le pudieras querer bien! ¿Pero cuándo le empezaste á amar? ¡Oh, cuánto me enternece esta pregunta! ¡Oh cuántas veces propusiste amarle y volviste atrás! ¿Cuántas desde ayer has interrumpido tu amor? Testigo es tu corazon de las innumerables que le has sido infiel, faltando'á las pa- labras que le diste de tu permanente amor: testigos son los ángeles que escucharon tus resoluciones y vieron tus reincidencias : testigos los mismos hombres que presen- ciaron tus desórdenes. ¡Oh grande afrenta y vergúenza! ¡Oh confusion estimable, si ella sirve para que conozcas la firmeza, la intension, la inmutabilidad dei divino amor! No esperó á que nacieses para amarte; pero sí es- peró á que le amáras muchos años despues que naciste. No esperó á que le correspondieras amándole: El mismo te buscaba cuando huias: El te sanaba cuando enfermabas: El te daba vida cuando morias por la culpa. ¡Oh Dios mio, bondad infinita, amor eterno y salud verdadera! ¡Y con qué espanto veo competir vuestra bondad y mi malicia! Vos empeñado en amarme siempre, yo resis- tiendo innumerables veces á vuestro amor: Vos me amais con intensión, yo con tibieza: Vos con firmeza, yo con inconstancia: Vos con generosidad, yo con interés: Vos por toda una eternidad antes que yo naciera, y yo des- pues de haber nacido tardé muchos años en conocer tu amor. ¿Hasta cuándo han de dudar las rebeldías de mi corazon? ¿Hasta cuándo he de excusar mi amor para con un Dios de tanta bondad, que llora porque yo ria, ayuna porque yo coma, trabaja porque yo descanse, se empo- brece por enriquecerme, y muere porque yo viva? ¿Por un Dios que baja á la tierra para “subirme al Cielo, y se hace hombre para que el hombre participe del sér de Dios? ¡Oh verdadero amigo de mi alma! que en todas partes me amaste, y en todas ocasiones me miraste con amor, en el Cielo y en la tierra, en las honras y des- honras, en la vida y en la muerte: en el tiempo y en la