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DIA SEGUNDO. 65 ner en ellos nuestro afecto, desprendiendo de ellos nues- tro corazon, y viviendo como peregrinos que caminan á su pátria, que es el cielo: Visi quis renuntiaverit om- nibus que possidel, non potest meus esse discipulus. En segundo lugar renunciamos á la carne, obligán- donos á no seguir sus desordenados deseos, ni á condes= cender con sus criminales apetitos; en lo que prometi- mos sujetarla al dominio del espíritu y á las justas leyes del Señor. ¿Y en esto qué otra cosa prometimos sino el vivir castos en obras, palabras y pensamientos, para vi- vir eternamente con Jesucristo? Si Spiritu facta car- nis mortificaveritis, vivetis. Y por último renunciamos á Satanás y todas sus obras; pues él es el primer modelo de la soberbia, la primera criatura inobediente, el primer desgraciado por la insubordinacion é independencia que apetecia; y con esta renuncia juntamos la sumision á Jesucristro nuestro Dios y Redentor, prometiéndole una eterna obediencia á sus mandatos, y una subordinacion universal á sus adorables disposiciones, y á las que nos intimasen las criaturas, que revestidas de su legitimo poder fuesen nuestros superiores: Omnis anima potes- tabibus sublimioridus subdita sit. ¡ Podía intimársenos con palabras mas terminantes el santo voto de obedien- cia? Ello es, Señoras, que observando nosotros estos di- vinos preceptos, seríamos un dechado de la vida cris- tiana, llenaríamos las obligaciones que la religion nos prescribe, é imitaríamos el modelo de todos los predesti- nados, que es Jesucristo, y cumpliríamos la voluntad de su eterno Padre, que es de que seamos Santos. Pues de esa suerte direis; ¿qué nuevas obligaciones hemos contraido nosotras cuando abrazamos el estado«re- ligioso? Siya por nuestro sagrado bautismo , y por los preceptos del sacrosanto Evangelio debíamos ser pobres de espíritu debíamos ser castas y obedientes para conse- guir el reino de los Cielos, ¿qué es lo que prometimos cuando profesamos? Esto es Jo que vamos á explicar en las tres pláticas siguientes. En cada'una vereis el qué