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376 EJERCICIOS ESPIRITUALES. de su elocuencia tratando de la mansion de la paz, del lu- gar del descanso, del santo y recíproco amor que allí rei- na, del número de los bienaventurados, de las perfecciones de los Ángeles, de la grandeza y hermosura de aquel di- choso lugar, y de la perfecta felicidad que allí se £oza; pero excede mas la realidad á lo que el entendimiento comprende y la lengua explica, que la luz á las tinieblas, y á la tierra el Cielo. La condicion sola de que aquellos bienes puros, perfectos y sin mezcla de males, són eter- nos, los hace tan estimables como incomprensibles. Nin- gun mortal ha podido explicar jamás con toda exactitud lo que es la eternidad. Han hablado, han escrito, han predicado de la eternidad, y la eternidad se ha quedado indefinible como lo ha estado siempre; pero aunque esto sea verdad, todos comprendemos que un bien es tanto mas estimable, cuanto es mas permanente, y siendo eter- nos todos los bienes del Cielo, ¿quién formará ideas jus- tas de su preciosidad? Estás hoy sano y mañana enfermo: hoy rico y mañana pobre: hoy honrado y mañana abatido: hoy vivo y mañana muerto. ¿De qué nos podrá servir una vida, una honra, una riqueza y una salud tan momentá- neas y pasageras? Pero un día sin noche, una juventud sin vejéz, una vida sin muerte, una paz inalterable, un bien siempre nuevo y siempre permanente: ¡ay Dios, y qué fe- licidad, estar enmedio de los coros de los Angeles siempre: estar con los Patriarcas, Profetas, Apóstoles, Mártires, Con- fesores, Virgenes y demás Bienaventurados siempre: estar viendo á María Santisima siempre: estar cónociendo, ala- bando amando y gozando las perfecciones infinitas de Dios siempre: estar en la gloria “lleno de todos los bienes, y exento de todos los males. y esto para siempre, por mas siglos, por mas millones de siglos que hojas hay en los árboles, gotas de agua en el mar y los rios, yerbas en los campos, Plumas en las aves, escamas en los peces, y es- trellas en el Cielo!... ¡Ay, ay, qué grande felicidad! ¡Ay cuánto nos alegraremos cuando allá nos veamos! Si tanto se alegraron los tres Reyes Magos, cuando al salir de Je-
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