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DIA SÉTIMO. 237 cia con asombrosa proximidad al Cielo Empíreo; todas, en fin, marchan segun el impulso que en el principio las dió su Criador. A este modo podeis considerar, que ha- lNándoos todas en el cielo de la Santa Iglesia Católica ó en la particular casa de vuestro monasterio, con un mismo hábito, con unos mismos ejercicios religiosos, se halla sin embargo en él, y en todas las demás congregaciones monásticas, tanta variedad de espíritus, cuantas son las personas que los habitan, Unas corren velozmente á la perfeccion de su estado, y mueren en su juventud llenas de méritos y virtudes (1): otras despues de muchos años de vestir el hábito religioso, acaban como novicias, y sin haber hecho progresos en la perfeccion (2). Estas son tí- bias, aquellas fervorosas: éstas se muestran flacas y dé- biles contra las tentaciones: aquellas animosas y valien- tes en las adversidades: unas, en fin, son imperfectas y otras santas. ¿De dónde procede una diferencia tan no- table? Todas van al coro, todas á la oracion, todas á la labor de manos, todas al refectorio, todas tienen un mis- mo instituto, unas mismas obligaciones, unos mismos medios para cumplirlas. ¿Cómo, pues, tanta variedad y diferencia en el camino del espíritu? Es menester confe- sarlo de buena fé: todo está en el corazon: todo consiste en la mayor ó menor pureza con que obra el alma. Cla- ramente nos lo dice Jesucristo en su Evangelio por estas terminantes palabras: Si oculus tuus fuerit simplex, to- tum corpus tuum lucidum erít. Tales somos, cual es nuestra intencion: defectuosos si ella es defectuosa: reos si ella es rea, y perfectos si ella es perfecta. Con efecto, Señoras, en la pureza de intencion con- siste nuestro mayor bien: ella es para el corazon, como la raíz para el árbol, como el alma para el cuerpo, y como la luz para hacer el cuerpo de nuestras obras luminoso. (1) Consummatus in brevi emplevit tempora multa. 2 cap. 4. v. 13. (2) Puer centum annorum morietur. Isai. cap. 65. v. 20. H E AS e