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DÍA SEXTÓ. 223 ifisiió modo qué hemos hablado del siléncio, lo de- beis entender de todos los demás preceptos de la regla y constituciones. Es menester confesarlo de buena fé, Esta paz desordenada seria bastante para transformar la eo- múnidad mas virtuosa en una tropa de personas sin súbordinacion y sin costumbres. No, Señoras, rio es esta búeña paz, huid de ella, obedeciendo 4 Dios que nos dica én las santas Escrituras: Justitid et par osculate sunt. La paz y la justicia deben amarse y andar juntas. Ver- dádeta creo aquélla máxima que díce : mo todo se ha de castigar; pero no es menos verdadera y ségura la qué añade: no todwse ha de disimular. Será, pues, la paz verdaderá cuando sea virtuosa: cuando Já acompañe aquella virtud que dá á cada cosa lo que la corresponde: está és aquella paz que es don del Espiritu Santo: aque- Ha paz qué vino á traer Jesucristo al mundo: aquella paz que daba 4'sus Apóstoles, y 4 los demás fieles que $6 anumeraban 4 st escuela: aquélla paz que debemos mán- teher con Dios, con el prójimo y con nosotros misnios; Con Dios ohedeciéndo sus preceptos, eón el prójimo ejer- citando las virtudes sociales, y'con nosotros mortificando nuestros PP. y pasiones. ¡Qué asunto tan precioso! ¡Qué útil! ¡Qué necesario! Digamos algo de cada una de estas tres importantísimas verdades. Primera. La divina Escritura nos enseña, que en el principio erió Dios todas las cosas, que las vió todas, y que eran no solo buenas; sino excelentes, exquisitas y grande- mente" buenas. Entre las mas preciosas que salieron de sús omnipotentes manos fueron Adan y Eva nuestros pfimeros padres. Llenos de gracia y de virtud en el'es- tado folíx de la inocencia, vivian dulce y pacíficamente bajo las suaves leyes de su Criador, mantenian entre sí la mas perfecta armonía, y ninguna rebelion experimen- taban de sus apetitos y pasiones. ¡Paz verdaderámente 2. pato

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