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DIA SEXTO. 221 mismo convento, unos mismos sacramentos y un mismo Dios. ¡Grande felicidad! ¡Situacion verdaderamente di- chosa! Por el contrario, desterrad la santa paz de un convento de Religiosas, y ¡ay de mi! Vereis qué espec- táculo tan abominable á Dios, á los Angeles y los hom- bres. Los pensamientos se transforman en sospechas de la conducta de las hermanas: las palabras se convierten en murmuraciones, detracciones, calumnias, chismes, testimonios falsos con que se desacreditan y despedazan su reputacion y buen nombre: las obras son atrevimien- tos indebidos, libertades pecaminosas, y tal vez impro- .perios y percusiones. En una palabra lo dijo San Geró- nimo: Los monasterios donde no hay paz, no son mo- nasteriós sino infiernos, y las Religiosas no son Religio- sas sino diablos. ¡Terrible expresion, Señoras, de un Santo tan instruido en la vida monástica! Monasteria sunt tartara, et habitatores sunt diabols. Me persuado á que habreis entendido que vengo á hablaros de la paz, pues he manifestado en breve los bienes que produce, y los males que por no tenerla re- sultan. Así es, Señoras. La paz es el asunto de esta plá- tica, y el Señor Dios que en las santas Escrituras se llama Rey pacífico, que aparece en el mundo cuando todo estaba en paz. que es el primer don que se anuncia á los hombres de buena voluntad apenas nace, y que era su salutacion frecuente cuando hablaba con sus discípu- los, se digne concederme sus auxilios para que yo hable dignamente de la paz, y la imprima en vuestros*pia- dosos corazones. Para que no equivoqueis el sentido de mis palabras conviene saber que el Padre San Bernardo nos enseña que hay tres clases de paz, una fingida, otra desorde- nada, y otra virtuosa y cristiana. La. primera es la que aparentan en lo exterior los hombres malos, viciosos é impíos, cuando su corazon está despedazado de los mas rabiosos remordimientos. Paréceles á aquellos infelices que han desechado de sí los temores supersticiosos, como

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