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DIA CUARTO. 137 que observemos nuestra santa regla y venerables cons- tituciones con vuestros auxilios, para que de este modo lleguemos á la santidad propia de nuestro monástico instituto, y seamos útiles á nosotros y á nuestros próji- mos á la Iglesia y al Estado. Concedednos esta gracia por la intercesion de María Santísima, con cuyo Sobe- rano patrocinio procuraré demostrar el pavoroso asunto que acabo de proponer. Verdad terrible, venerables Religiosas, verdad es- pantosa y formidable; pero verdad en que no cabe, ni tergiversacion ni duda: que una Religiosa se halla en estado de perdicion cuando habitualmente quebranta sus constituciones. Mas no equivoqueis, Señoras, esta gran- de y pavorosa verdad. No hablo de aquellas faltas y trans- gresiones que tal cual vez comete una Religiosa: faltas en que nos precipitan alguna prontitud repentina de nuestro genio mal domado, no se qué mal ejemplo que vimos ú oimos en otros, varias inadvertencias en que no reflexionamos, y otros defectos en que casi sin conoci- miento cae la Religiosa mas perfecta: no hablo de estas inobservancias ó faltas que se reconocen y detestan ape- nas se reflexionan. Todos somos pecadores por orígen, y todos somos pecadores por nuestra perversa inclinacion al mal, desde nuestros primeros años: Zn multis o/fendi- mus omnes (1). ¡Infelices de nosotros si tal clase de de- fectos nos constituyera en el estado de perdicion de que vamos á tratar! Vemo mundus á corde. ¿Y quién hay por muy exacto que sea en la regular observancia, que pueda asegurar que jamás traspasó un tilde ni una jota de sus constituciones? Pero así como no puede lla- marse relajada una comunidad, aunque se encuentren en ella algunos defectos, cuando se vé que el prelado los reprende, los corrige y los castiga; cuando los súbditos reconocidos se enmiendan, ó cuando por temor de la pena + (1) Jacob. 3. y, 2, o
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