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—e— sas robadas, y al fin de tanto sacrilegio el mismo Vi— cario de Cristo se encontré preso y cautivo en medio de los invasores. Al temor de lo pasado sucedia el espanto del porve— nir: el amor del pueblo catélico producia en los corazo- nes la tristeza , por asaltarle la misma idea que tenian los enemigos del Vicario de Cristo, la cual era para es— tos un motivo de alegria diabdlica. «j;Ay! decian los animos afligidos: el Vicario de Cristo esta rodeado de sus enemigos; estacionan estos alrededor de su morada;, lo han dejado sin libertad, sin independencia; espian sus movimientos, lo insultan y lo befan, y tendra que abandonar su Catedra y andar errante sobre la haz de la tierra, refugiandose en paises lejanos y sin saber 4 qué principe pedir auxilio, pues todos son, 6 cismaticos, 6 herejes, 6 filésofos, 6 indiferentes, y aun los hay esco- mulgados. ,Qué ha de ser de nuestro Padre? ,Qué suer- te cabra al que hace las veces de Dios en la tierra? Ade- mas, afiadian, hay una frase tradicional cuyo solo eco envuelve nuestras almas entre el negro crespon de la tristeza mas honda. El mismo Padre Santo la sabe: él la ha oido: al cefiir por primera vez la tiara, oyé repe- tir aquellas palabras que le decian: no verds los dias de Pedro ; y esta frase era una saeta que tenia traspasados los corazones de los hijos de la Iglesia catélica. «El Pa= dre Santo, se decian unos 4 otros, ha entrado en el aiio vigésimoquinto de su pontificado, y tiene que doblar muy pronto su augusta frente 4 la inexorable Parca. aQué sera de nosotros? ,En qué orfandad vamos. 4 caer? aQué alegria no han de tener los incircuncisos? Ellos mismos publican lo que han de hacer entonces: ellos mismos peroran con complacencia que aquel dia es el de su triunfo, pues impediran que Pedro tenga un su- cesor. ,Qué acentos debian suceder & estos, mis amados ' pe offs:

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