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wii ellos hablan asi, estan, los que con apatia sacrilega han favorecido sus planes malvados, mirando con asombro lo que ellos no creian jamais que pudiera suceder: «Qué es esto, se dicen? Nosotros, que dirigiamos miradas torbas y hasta chispeantes hacia el Solio de donde salian reprensiones severas contra nuestras injusticias , y que por mas que nos habiamos empefiado, siquiera en coar- tar el poder de quien se sentaba en él, nada hemos con- seguido; nosotros, que habiamos declarado que era de derecho natural respetar la conciencia publica de los pueblos y no oponernos 4 sus levantamientos y 4 las ruinas que causasen, aunque fuesen derribados cuatro Tronos, aunque se bafiase la tierra en lagos de sangre; nosotros, que establecimos por nuestro silencio el dere— cho de la usurpacion, del robo, del latrocinio , del des— pojo de los débiles, y lo hicimos porque nuestros ejérci- tos, nuestras naves y nuestra fuerza nos garantian que ese nuevo derecho no habia de llegar 4 nuestra pro- pia casa; nosotros, que en el dia de un horrendo sacri- legio dijimos alegres y ufanos que la obra estaba con- sumada, y que era necesario respetarla; que la revolu- cion -habia triunfado, y nos habia librado ya de oir aquella voz que reprende toda injusticia y condena toda iniquidad , 4c6mo nos hemos engafiado? gCémo vemos que la revolucion se ha quedado inmoble como la pie- dra, sin atreverse 4 dar su ultimo paso? ,Cémo oimos todavia los ecos temibles de esa voz?» Criminales son estos dos didlogos: en el primero re— salta el crimen de la accion, y en el segundo el de la contemporizacion , el del silencio, el de la apatia, el de haber sido causa moral del atentado mayor que han visto las generaciones de once siglos. Pero, en oposicion 4 esa conversacion que tienen esos dos grandes crimi— nales, el que obré y el que se contenté con ser un sim- ple espectador, se oyen los ecos de otra conversacion en

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