BCCCAP00000000000000000001810

Pedro Ciruelo: varios sentidos de la Sagrada Escritura - 235 un estudio de las palabras, sino del pensamiento cuyos signos, concretamente, son las palabras. Por lo mismo no se trata de la historia de ese pensamiento, sino de su capacidad de éxito o fracaso para alcanzar la verdad de un pensamiento concreto. Es interesante constatar que, al mismo tiempo, Ciruelo relaciona la lógica con la Escritura en el uso de lenguaje. No se puede olvidar, a este respecto, sus obras y comentarios a otras obras filosóficas clásicas, que le servirán también para poder transmitir adecuadamente en el contexto teológico. La falacia, a partir de lo ya expuesto, se produce cuando hay ambigüedad en un término o cuando toda una frase resulta ambigua. En este sentido, Ciruelo se vale de la lógica ya que esta coloca su interés, no en la simple coherencia del razo- namiento, sino en la verdad. Obviamente, en este sentido, cuando Ciruelo entre en el análisis del sentido literal de la Escritura se estará refiriendo a la verdad de la intencionalidad del texto, teniendo presente la argumentación sostenida por la teología católica. En lo que se refiere ya al contenido de la primera conclusión es necesario poner de manifiesto que Ciruelo incide permanente en la imposibilidad de que de diversos sentidos literales puedan ser aplicables a un mismo texto, incluso llega a concluir que, si del autor se pudiera deducir aparentemente esto, solo ha de tenerse en cuenta la intención del autor "inmediato y ministerial", pues se entiende que en un texto, a un mismo tiempo, no se pueden aplicar sentidos diversos. Precisamente por ello, él añade enseguida: "y no solo desde la intención de Dios, que tiene -al mismo tiempo- a todos los sentidos". Esto se completa cuando afirma que no se trata de cualquier sentido del autor, sino de aquel al que tiende principalmente. Será este el que ha de ser tenido por auténtico. Precisamente aquí recurre a San Agustín en las Confesiones, quien en el libro XII se pregunta retóricamente ¿ Quién puede recelar engaño, si quien promete es la Verdad? (lib. XII, 1, 1, 2005: 415), lo que completa inmediatamente recurri- endo a la Summa Theologiae II-II, q. 173. Precisamente esta quaestio es la central en relación a la profecía. En ella el Aquinate se detiene a explicar el modo del conoci- miento profético, afirmando que lo importante, para que se pueda hablar de pro- fecía, es juzgar con una luz divina aquello que se ha captado, en la conciencia de que la iluminación divina recae sobre el juicio. Y, por lo mismo, el influjo divino propio de la profecía es la luz para juzgar. Pero, además, la profecía perfecta no solo implica que el profeta sea cons- ciente de hablar de parte de Dios, sino que, además, que sea capaz de compren- der e interpretar aquello que profetiza, aunque esto no suponga un conocimiento total, pues el profeta nunca conocerá totalmente todo lo que entiende Dios en sus visiones y palabras, pues su mente es un instrumento limitado del Espíritu Santo, que será siempre la causa principal. El propio lenguaje utilizado está manifestando

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz