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la mía. Son inevitables los contactos, con el consiguiente peligro de excesiva conñanza o de retraimiento, de familiaridades inoportunas e in– justas o de roces y disgustos. ¡Cómo se echa de ver que la virtud de la caridad es la reina de las virtudes y la más necesaria para realizar una llevadera vida en común y fomentar la fra– ternal convivencia será•fica! La docilidad y el afecto han de ser los ras– gos distintivos de mi obediencia y amor a los superiores, y así podré esperar con todo dere~ cho que a mis actitudes filiales respondan sus condiciones de padre y amigo, más sabio, más exiperimentado y más dispuesto, por su misma dignidad, a la comprensión y al cariño. Siendo dócil, salvaré mi disciplina: y si esta docilidad llega a s·er el mejor resultado del legítimo afecto al superior, mi obediencia y mi de6er serán un placer doble, para el superior y para mí. Es proverbial el lazo de amistad, de cama– radería y hasta de buen humor que se teje en los años escolares entre los que se forman en una misma mansión y. particularmente, entre los que pertenecen a la misma generación, al mismo curso o clase. Nada de esto es repro– bable si se observan las leyes, fundamentos de - 93

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