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explicaciones de mis profesores; en silencio me~ <lito y sigo los inevitables desplazamientos y desflles de la vida colegial; en silencio reposo, y en silencio se envuelven, a determinadas h~ ras, el ambiente, el paisaje, los salones de es~ tudio, las aulas, el dormitorio, los recibidores, y hasta el comedor de nii Sleminario. Pero este silencio exterior no basta para la madurez de mi vida mental y espiritual. Nece~ sito además un silencio interior, que natural– mente no ha de ser ni el aislamiento, ni el ex~ cesivo análisis, ni mucho menos; la soledad de un temperamento introvertido. Ha de ser un silencio medido, espaciado, atento, que va re~ cordando y asimilando enseñanzas, adverten~ cias, observaciones y aun listas de palabras y de nombres aprendidosi sobre las más diversas cosas de la ciencia, de la vida y de la virtud. Este silencio es el que da fecundidad y paz al pensamiento y hace grata y hacedera la ora~ ción. El silencio es el aire más limpio para que la luz del entendimiento nos haga ver con mayor nitidez las formas de las ideas y el vigor de J os sentimientos. -- 81 6

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