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De este modo tendré derecho a predicarlo con mi palabra. Pero nunca olvidaré que mi palabra es franciscana, es seráfica, es decir: sin• cera, bella, fervorosa y sencilla. Mi palabra está destinada a sonar en los oídos y sobre todo en las almas de los que me escuchan a palabra de Jesús, de María, de San Francisco. Siempre obrar y hablar en nombre de Jesús. ¿ Qué más hermoso ideal puedo concebir sobre la tierra? Cuando mi palabra no pueda, se moverá y hablará mi pluma o, al menos, ya desde ahora y siempre, mi oración propagará el Evangelio, será apóstol y salvará las almas. Tal es el más glorioso timbre de la Seráfica Orden Capuchina, que me ha ' recibido en su seno. Hijo de tal madre, voy a ser misionero y em– bajador de Cristo, como lo fueron mi Seráfico Padre San Francisco, el Será1ko Doctor San Buenaventura, San Antonio de Padua, San Lo– renzo de Brindis y el Beato Diego José de Cá– diz, que hicieron oír con su palabra enardecida en amor divino las eternas verdades de mi santa Fe, lo horroroso del pecado y sus consecuen– cias, el amor y los padecimientos del Crucifijo y la so~rana belleza de las virtudes y del Cielo. ó8 -

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