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hasta el fin de los tiempos, ya en vida suya determinó ·quienes llevasen su palabra de sal~ vación y enseñanza a todas las gentes. Instituyó además su lglesiá, encargada de perpetuar y comunicar incesantemente al mun~ do los frutos de la Redención, y en esta Iglesia estableció la jerarquía de sus representantes. Son los ministros del Altísimo, los depositarios y administradores de los Sacramentos, los pre– dicadores y maestros de las verdades del Santo Evangelio: los sacerdotes. ¡He aquí mi sublime destino! Voy a ser após~ to! , misionero, sacerdote de la Iglesia y del Evangelio. Cuando yo me acerque a las almas, ellas sentirán cerca de sí el influjo y la acción de la palabra misma de Jesús. ¡Qué altísima dignidad la mía! Por eso en mi continua vida de piedad, que se prolongará tanto como mis años. medito en ese Santo Evangelio, que algún día he de predicar, y practico de antemano todo aquello de que debo dar ejemplo. En vida de oración, en mis prácticas piado~ sas, en mi trabajo, en mi vivir cotidiano, mi norma es la palabra de Jesús: el Santo Evan~ gelio. En él pienso, lo amo y lo ,practico. - ó1
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