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un pensamiento cuyo atractivo me seduzca y mueva todas mis acciones, sin un ideal, y ese ideal ya· lo encontré en Ti, es: tu soberana y celestial belleza. A veces mi corazón sensible, ansioso de ca~ riño, me recuerda las caricias y solicitudes de mi madre. ¡Qué buena y amorosa era para mí! ¡Y siento pena! Pero al instante me acuerdo de que la Madre de mi Dios es mi Madre; más tierna, más amante, más solícita que todas las madres de la tierra. Mi misma madre me en~ señó que hay otra Madre que me ama mucho • más de lo que ella me ama, y a quien yo debo amar mucho más que a ella. "Es tu Madre del Cielo", me decía mi madre. Sí, mi Madre Celestial, soy tu esdavo, soy tu zagal. soy tu Seráfico, soy tu apóstol; pero ante todo soy tu hijo. ¡Oh, si pudiera amarte y ser tan bueno para contigo como lo eSI mi hermano Jesús! El es al mismo tiempo mi Dios, mi Rey y mi Juez, y Tú eres la Madre de los dos: haz que nos parezcamos ·lo más posible. Y para que mi vida entera le sea más acepta, se la ofrezco por Ti. ¡A Jesús por María! Este es el lema de mi vida. ¡A recibir eucarísticamente a Jesús por medio ,s -
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