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justa, me ser.á amable y apenas necesitará ·serme impuesta una restricción •meramente externa. En mi corazón llevaré escrita la ley de amor. cuyas responsabilidades sólo Dios puede exigir y apreciar en su justa medida. ¿No es así el supremo honor? Las gentes del mundo, los buenos profesio~ nales de cualquier actividad humana, ponen su honor en el ejercicio intachable de sus habili~ dades y en poder responder ante un técnico de la ' finura y acierto de sus obras. Yo desearía cifrar toda mi gloria en el beneplácito de Dios y en que misericordiosamente acepte con agrado mi vida y mi ·tarea, en una palabra: mi servicio. De esta manera servir a Dios resulta reinar. y reinar majestuosamente con el honor de· un ministerio sagrado bien cumplido, con honra que el mismo mundo no puede negar a los bue~ nos operarios, y con la satisfacción interior de la aceptación por el Padre Celestial. "que ve en lo más recóndito". No importa que mis ocupaciones y mis actos sean de un niño, de un joven o de una persona de mucha experiencia y sabiduría. Lo que cuen~ ta es obrar con atención y responsabilidad en la presencia de Dios.
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