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Es el de mi Seráfico Padre San Francisco cuando exclamaba: "¡Dios mío y mi todo!", o cuando decía: "¡Almas, almas!" Es el de San Pablo, que escribía: "¡Todo en el nombre de Jesiúsl" Es de los esclavos de la Santísima Vir~ gen: "¡A Jesús por María!" Es el de aquel amante de María: "¿Qué no hacer por tal Ma~ dre?" Es el de San Ignacio: "¡A mayor gloria de Dios!" Es el de Santa Teres.ita: , "Amar y • hacer amar a Jesús." Es el del Beato Diego: "Capuchino, Misionero y Santo." Una de estas expresiones es la fórmula de mi ideal. He vivido poc0S1 años. Seguramente que el · Cielo me tiene reservado más años de vida. ¿Cómo no pensar en lo futuro? ¿Qué me suce~ derá en lo por venir.? ¡Ah!, no me turba. Yo tengo una Madre bendita que está a mi lado, que cuidará de mí como sólo saben hacerlo las madres: que me ama, que es mi Madre, y basta. Sí; sé que me espera el sacrificio. ¿No lo ex~ perimento ya en mi vida colegial de estudio y \ regularidad? Sé que me aguarda la cruz de in– finitas renuncias de cosaSI caras a mi corazón. Sé que me espera la tentación para inquietarme, .. I para hacerme vacilar; que sentiré fuera y dentro - 119
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