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y santificación, sino también para el bien y salvación de · los demás hombres, mis her~ manos. Estoy, pues, unido a ellos para la obtención de los mismos fines religiosos, culturales y eco– nómicos, por los mismos medios de mutua ayu– da, enseñanza y ministerios. ES1to es lo que se llama sociedad. Nada humano considero indiferente para mí. Si vivo oculto durante el tiempo de mi for– mación y durante toda mi vida guardaré ordinario recogimiento por mi hábito y mis cos– tumbres, es precisamente para que mi perfec– ción y mi santidad sean más íntimas, espiri– tualesi e intensas y, por consiguiente, más efica– ces para los demás hombres. En la sociedad a cada miembro sólo se le exige que llene el deber que tiene asignado. Si yo ahora cumplo mi deber de estudiante y más tarde el de religioso y sacerdote, la sociedad, el mismo mundo frívolo, no me exigirá más; antes bien, se admirará al ver en mí la repre~ sentación de un ideal superior a todos los inte– reses terrenos y lleno de divina espiritualidad. Mi austeridad es la mejor señal de la verdad de mis conv'icciones, y en vez de hacerme re- - 107

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