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-140- ra llegó hasta olvidarse de las devocio– nes con que antes me honraba, o si las hacía, era sólo por rutina y por costum– bre, no -por amor. ¿Y qué sucedió? Que metida en el peligro, per.eció en él, y el lobo que la acechaba c:iyó sob're ella y lo rasgó con sus dientes de hierro el blan– co vellón, es decir, la vestidura de la gracia y de la inocencia. ¡Pobre oveji– ta mía! ¿Cómo así me olvidaste? La se– gunda en cambio, aunque incauta, nun– ca dejó de· pedirme con todo el corazón que la librase de caer en pecado, y al darse cuent:i del peligro en que se ha– llaba su alma, se alejó de las ocasiones y se volvió a mí, clamando: ¡M~dre mía, Madre mia, venid en mi ayud:t, que pe-_ rezco! Y ahora tú, mi ovejita querida, apren– de a no alejarte de mi rebaño ni de mi presencia. Ruega por aquellas ovej:is errantes que en mala hora se apartaron de mí y se entregaron al demonio por el pecado mortal. Ruega para que se arrepientan y se vuelvan a mí de todo corazón.
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