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92 ASI ES LA GUAJIRA parando muchas tajadas de carne de cabrito, res, etc.; arepas de maíz, café, chicha mascada (ischiruna) y sus buenas garrafas de ron: entre los más civili– zados también se bebe cerveza y wishky. A los primeros redobles de la tambora, todo presagia desanimación y des– aliento; parece que nadie ha venido con el ánimo de bailar. Se toman los hom– bres los primeros tragos de ron o chicha, y como por ensalmo el tamborero le va sacando mejores sones . . . Y se caldea más y más los ánimos. Sigue la botella, el pocillo o la totuma de ron pasando de boca en boca; la mujer no lo prueba nunca; y cuando la caja suena más emocionante burrum, burrum, burrum, tá, tá, tá, tá, tá, con un acompasado provocativo, salta de repente uno de los más apuestos mozalbetes, se despoja de sus cotizas o abar– cas, que aprisiona en la mano derecha: se desarruga la manta; se ajusta bien el guayuco; se cala la tequiárugu o penacho de plumas, dejando un espacio amplio donde pueda la pareja moverse sin embarazo alguno. Este parejo em– pieza a dar vueltas al ruedo, como desafiando a una de las asistentes al baile. De repente su propia mujer, o una de las bailadoras, entra también al ruedo, se descalza como lo hizo el parejo; con su manta graciosa y atractiva, que le arrastra hasta el suelo, y su enorme pañuelo que, cubriéndole la cabeza, desliza por la espalda hasta tocarle los talones, aprisiona por los lados, a la altura de 1a cintura, la manta y el pañuelo; se regaza un poco para no pisarse la manta, y se abalanza detrás del joven, caminando, como a un metro de distancia, dán– dole vuelta al cerco al compás de la caja. Cuando ambos han dado una vuelta entera al redondel, a la intemperie, e iluminados por lámparas de gasolina, de petróleo o por fogatas, de repente el indígena lanza un grito, alza la mano en que lleva las abarcas y comienza a dar carreritas, cejando, mirando a un lado y a otro, a una prudente distancia de su pareja y sin tocarla. Apenas el varón lanza el grito, ella, como haciendo una reverencia al público, da una media vuelta en su mismo sitio, y con un menear de pie ágil, gracioso y rápido, corre tras él a pisarle el pie para tumbarlo. Todo el éxito de la mujer está, más que en su elegancia, maestría y acompasados contoneos, en tirar por tierra a su parejo, pero sin empujarlo; en cambio, la destreza y arte del varón estriban en no dejarse tumbar; de ahí que, cuando logra acorralarlo y tumbarlo, todos los circunstantes prorrumpen en aplausos y vítores para la mujer, y en sátiras para el caído; por lo tanto, mientras la caja sigue su ritmo acelerado, electri– zante y convidador, el parejo hace esguinces a todo lo redondo del escenario campestre; ella le persigue el pie para derribarlo; mueve la cabeza a un lado y a otro, como balanceádose rítmicamente; y si fracasa en su intento, se separa rápidamente de la persecución de su parejo, y sigue un rato sola bailando, bam– boleándose, al modo como el palomo arrulla a la paloma, o como el av;ón p~a– nea antes de aterrizar, como queriendo lucir sus cualidades de bueria bailadora, y cazar el momento oportuno de reanudar su arremetida al parejo. Así las cosas, cuando la destreza del galán logra burlar la astucia y tena– cidad de la bailadora, él como engreído de su triunfo grita: J6sei, pusája mirua, que traducido a nuestro idioma significa: "Tráeme a tu hermana la más me– diana; para ver si baila mejor", como quien dice: no pudiste vencerme, propí– ciame a tu hermana menor que debe ser más ágil que tú, para ver si me tumba, ya que tú no has podido hacerlo. En seguida reanuda ella la persecución del parejo; se abalanza con más

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