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86 ASI ES LA GUAJIRA de sus animales y queda todo como si no hubiera pasado nada. Este es el pro– piamente pago por daño. El galán .también pierde todos los animales que anti– cipó .y el derecho a la mujer, cuando a pesar de haberse juntado con ella con ánimo de matrimonio, y dado la primera entrega, por cualquier circunstancia no quiso dar los restantes. Así las cosas, los allegados de la joven la recogen nuevamente sin ·qu~ entre los dos quede ningún nexo jamás; empero, si con el tiempo él entregara los animales restantes, para completar el monto total del matrimonio, le entregan la consorte y queda perfeccionado el matrimonio. Con– viene advertir que ninguno de los parientes de la mujer podría jamás en estos trances proferir palabras ofensivas contra el galán, pues, de lo contrario, le que– daría a él derecho a cobrar la injuria d~ palabra que se le hizo. Por eso el gua– jiro, ante un lance· de amor contra su bija, opta más bien por morderse la len– gua y callar. Es de advertir que si por casualidad la joven volviera a dar otro mal paso con galán distinto, el primer pagador no tendría derecho alguno a que se le devolvieran sus animales, pues este es cobro por ofensa en un lance amoroso, sin derecho a devolución; es una sanción a una falta, pues no hubo matrimonio; en cambio, este segundo galán violador, también cae bajo la san– ción de los nueve animales mayores, por idéntico motivo que el anterior. Es muy útil advertir que, para hacer este pago por ofensa en un lance amoroso, no •puede el galán violador recoger esos animales entre sus amigos (como ocu– rre cuando contrae nupcias), sino que debe hacer este pago de sus propios ani– males, o recogerlos entre sus verdaderos y cercanos familiares. Se ve que la intención de esta costumbre ancestral es restringir mentecatos que le estén en– cubriendo su concupiscencia. ¿Quién no ve en estas cortapisas una sanción digna de encomio? ¿Qué pasaría si existiera en nuestra legislación civilizada? ... Por eso, cada vez que leo, o escucho a políticos, legisladores y gobernantes, que abogan por el matrimonio civil y la implantación del divorcio, a abogados y tinterillos que, con facilidad aterradora se prestan para elaborar documentos, buscando la excarcelación de estupradores corruptores de menores; fautores de la vida de concupiscencia y desórdenes sexuales, creo sinceramente que ellos no han meditado lo bastante, en la gran responsabilidad que tienen ante Dios y ante sus semejantes, en esos aberrantes procederes; porque, concretando, cuando una pareja sabe que existe el matrimonio civil y el divorcio, sabe también que ambos tienen sus armas en las manos (espadas de doble filo, que diría San Pa– blo) y que, sea el hombre, sea la mujer, cuando uno de los dos se canse del otro, o se sienta apasionado por otra, encuentra expedito el camino para la separación, por el divorcio; luego, esa unión civil no puede ser duradera, sin– cera, sino en la búsqueda de algo utilitario para este mundo, y por ende, algo conseguible por baladíes razones, como lo vemos diariamente en Europa y otros países, que creemos que son más civilizados que nosotros, siendo al contrario. El guajiro tiene, en horabuena, su ley del cobro por ofensa en un lance amoroso, y esa ley lo refrena; pero los autores del matrimonio civil y del di– vorcio son menos perspicaes, y por qué no decirlo claramente, •más osados con– tra los dictámenes divinos, que han encausado la humanidad por la senda del bien. Ya lo dijo Jesucristo muy claro, sin arandelas, sin ambages, cuando los adversarios le replicaron por haber desautorizado la ley de Moisés, sobre la poligamia; Jesús habló así: "Desde el principio no fue así (la poligamia) sino que Dios hizo un hombre para una mujer, por lo cual yo os digo, que, quien se casare con la separada o divorciada, es adúltero". . . Así que, los empeñados

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