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P. JOSE AGUSTIN MACKENZIE 61 muchas naciones del mundo se han extralimitado y apropiado este derecho, que es privativo de Dios, y así, hoy en día, vemos, por ejemplo en los Estados Unidos y en otras naciones, que las artistas se casan casi mensualmente. . . con la anuencia de los Estados respectivos; lo cual es una verdad~ra inmoralidad, que el alto mundo social acepta y aplaude; que, de no hacerlo, el mundo, mar– charía por mejores derroteros. Concluyendo: El matrimonio, civil entre católicos sí puede contraerse y sí debe contraerse, precedido antes el matrimonio católico, toda vez que esta ceremonia civil es una forma para que el Estado pueda ejercer civilmente un mejor control en la parte civil de sus subalternos. Nosotros, los que somos Pá– rrocos, aconsejamos insistentemente, al celebrar un matrimonio, que se pre– senten ante el Notario, para la inscripción del matrimonio católico, y, en el Nuevo Concordato, nos toca remitirle copia de la partida matrimonial al Jefe competente al respecto, para los fines indicados ya. La. situación de la prole, cuando una pareja se ha divorciado; el nuevo estado de los nuevos esposos por lo civil; la procacidad que se instaura como rito oficial legal, y miles de desórdenes más~ nos incitan a aconsejar el matri– monio, para los católicos, que Cristo autorizó con su presencia, en Caná de Galilea, donde hizo su primer milagro y no el civil solamente. El varón guajiro es polígamo; y lo es· más bien por costumbre, porque así lo ha venido viendo en sus antepasados, en estas tierras en donde todo cae bien. En cambio, ja alta moral que se advierte en la mujer guajira es algo que merece los más calurosos elogios. Cierto es, y lo lloramos. de lo íntimo del alma que ese éxodo continuado de la india guajira a otras tierras civilizadas ha des- · moronado casi por completo ese gran concepto que se ha venido teniendo desde antaño, de esa su alta moral. Hoy en día llegan a los más escondidos rincones de La Guajira gran nú· mero de camiones vendiendo gasolina, o vacíos; han llegado en busca de pasa– jeros; y se van, se van repletos de indias, más que todo, que salen a correr la vida. . . Salen sin enfermedades contagiosas; se ruborizan de todo, porque en sus ranchos no les han enseñado otra cosa que temor al civilizado, y llegan a cortas leguas, que les separan del suelo patrio, y se revuelven en las orgías que les brinda una civilización brusca, sin etapas, sin escalones, para regresar más • tarde, desprovistas de recato; correntonas y técnicamente maestras en • infideli– .dad, llenas de enfermedades sifilíticas y otros vicios horrendos, para que el Erario Nacional sufrague· sus curaciones en los. hospitales; e inoculando el virus de •sus coterráneos, y mirando de •muerte la robustez de esta raza, digna de me– jores cuidados. La ley del cobro, que es profundamente moral y sabia, ha estructurado a .la mujer guajira sobre una base inconmovible, que la recata e inmuniza de las bajas pasiones; y tanto, que, cuando esta ley se deja de cumplir, desaparece en ella su moralidad y pudor. El varón elige, por lo _regular, dos o más muje– res, en calidad de esposas; pero todo lo que él tiene de polígamo lo llevan de honestas sus consortes. Sabe el varón que; mientras pueda pagar la mujer, les es dable aspirar a todas las que Je provoque; y, al contrario, la mujer guajira sabe también que la fidelidad a su único y exclusivo marido es una cuestión •

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