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P. JOSE. :AOVSTl~ l\[AC~ENZIE !57 terrena. De ahí que, cuando fallece un in~lígena, sus parientes lo colocan, cuida– dosamente dentro del atúd; allí le depositan carne, chicha, bollos de maíz, .frí– joles, para eUargo viaje; como también los objetos .de su uso personal máxime aquellos que más le agradaban en vida. Es .de notar que, por fortuna, .esta.cos– tumbre ya va desapareciendo, y que muchos· indígenas no la ponen ya, en prác– tica. A la muerte de alguien, máxime si es rico, sus allegados matan casi todos lós animales de cuchillo que fueron de su propiedad, o también los reparten en– tre los asistentes al velorio; los de silla o carga quedan para el uso de sus fami– liares. Los parientes del difunto no comen de esa carne. La razón. de distribuir estos animales entre los asistentes al velorio, como también la de darles muerte a muchos otros, es porque el alma de esos semovientes va con el difunto hacién– dole compañía en el viaje hacia· el más allá. Es como si el difunto se llevara su herencia consigo, pero espiritualmente. Durante varias noches sus parientes alum– bran la sepultura, en el cementerio, con fogatas .o lámparas, que permanecen en– cendidas toda la noche, una semana entera, y a veces mas, para que .la llama ilumine el camino del alma que va de viaje y no tropiece o divague, si le falta luz por los senderos que recorrerá. El guajiro teme mucho al alma del que fa– llece, porque ya no tiene conexión con las cosas de este mundo, sino con la vida espiritual. • Es supersticioso más que por creencia real; por costumbre. El Guajiro no se amilana ante ninguna dificultad material; pero sí .se amedr~nta mucho ante los muertos y le sobrecogen las superticiones. El guajiro es superticioso, pero más por esa serie de mitos que aprendió de sus antepasados, en las noches oscuras, cabe el fuego de los tizones, que por convicción; muchas de sus creen– cias torcidas las oye y repite como si no se le diera nada, y en ocasiones las repite con cierta sorna, como persuadido de que son falsas. La mujer suele ser más crédula. Sin embargo de lo dicho, el guajiro sí llega en ocasiones a dejarse influir por ciertqs agentes de superstición, que lo atan a una serie de ridículas boba– da~, increíble en esta raza tan varonil. La superstición está en razón inversa de la sana razón, y por eso los pue– blos se alejan más de ella, en cuanto son más cultos y sus hombres mejor orientados. Por lo general esto pasa en los países católicos, puesto que, posee– dores de la verdadera religión y tributándole el culto al Dios verdadero, desa– parece de ellos la superstición. El culto católico ahoga el mito, el fetichismo y llena la conciencia de las verdades eternas. Sin embargo en Europa y en casi todos los pueblos hay supersticiones, y en el guajiro no podían faltar. Una de las más arraigadas es la del Piache; inofensiva, porque no es sino un engañabobos, aunque a simple vista tiene. todos los visos de brujería, aunque en la práctica no sea más que un caso de autosugestión, y algo de verdadera curación. La terapéutica del· Piache, aunque tiene mucho de ilusionismo, es me– nos taimada y con menores visos de superstición objetiva, que· 1a que emplean los Mamas o curanderos de la Sierra Nevada; el Piache es más exigente, intere– sado y aparatoso, pero más íridulgente en sus fracasos, porque, cuando no logra curar, devuelve lo anticipado como pago. Al hablar de las costumbres del guajiro describiremos al Piache y sus actua– dones como curandero.

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