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174 ASI ES LA GUAJIRA a la mente del auditorio autóctono, va exponiéndole su pensamiento de vincu– lar, con la ayuda del Banco de la República, sus hogares pobres a ese vertigi– noso desarrollo que se cierne sobre Manaure, y al cual la Nunciatura está es– trechamente unida y por el cual se preocupa ante los altos Jefes del Banco. Higinio Mejía, de tez tostada por el sol, intérprete de la Comisada, y contraste entre la blancura pálida del representante del Papa, va vertiendo al guajiro cuanto en español dice el; Señor Nuncio. Los indígenas, entusiasmados por lo que el intérprete traduce, aplauden vivamente al simpático visitante, mientras el Prelado desciede del camión, complacidísimo. Atenciones sobre atenciones, finezas y más finezas de los empleados de las salinas, que se extienden hasta el vecino caserío del Cabo de la Vela, donde llegamos a la hora del almuerzo. No pueden desconocerse las cualidades de alpinista del Señor Nuncio, pues los cerros donde demora el faro y tiene su mansión la Virgen de Fátima, fueron trasmontados por el Prelado; qué bellos panoramas se contemplaron desde esos alminares; las atenciones que la familia de don Vicente Puchini brindó al Señor Nuncio en el Cabo de la Vela, donde funciona la empresa pesquera de dicha firma, fueron una· verdadera sorpresa, acorde con la piedad de su cristiano hogar, porque allí hubo, de todo lo bueno que ofrecerse pueda a un Príncipe. de la Iglesia. Al día siguiente, 21 de marzo, Bahíahonda, Puerto Estrella, Santa Ana y Nazaret, tributaron a su huésped de honor la generosa acogida que esta raza sabe darle al visitante, máxime de la calidad del Señor Nuncio: discursos, cham– paña, recitaciones, abundante comida y buena voluntad por todas partes, fue– ron el reguero de gentilezas de estos buenos indígenas y civilizados. Nazaret, el tugurio de piedad de todos los tiempos, hoy con sus edificios que amenazan ruina, fue el lugar donde pernoctamos ese día. Una veladita, llena de sabor guajiro e italiano, dado que los· protagonistas eran de estas nacionalidades, selló con broche de oro una jornada .tan larga· y tan pesada, como esta· La aurora del día siguiente, 22, nos vino a saludar rumbo ya hacia Puerto López. Nues· tro desayuno estaba ·preparado.· de antemano en Siapana, donde Colombia Me– nasés de Mejía, alumna que fue del Internado de Nazaret. Allí llegamos con el ánimo de tomar algo frugal y seguir, pero la sorpresa nuestra fue sin límites al ver una mesa servida como pocos reyes la hubieran tenido igual ese día: ga· llinas rellenas, viandas de todas clases, y champaña de la mejor marca del mundo. Y como si esto no fuera suficiente, Colombia Menasés de Mejía, dueña del hogar, le presentó· excusas al Señor Nuncio por si no fue atendido como convenía hacerlo con un Príncipe de la Iglesia, y, a usanza guajira, le obsequió el resto de la caja de champaña para el camino. Asombro, admiración, de que se puedan encontrar por estas tierras gentes tan serviciales. Una hora más tar– de, Puerto López recibía al Señor Nuncio con arcos triunfales de estilo rudi– mentario, acordes con lo destartalado del poblado. De ahí tomamos la ruta hacia Ipapure, Todo este trayecto fue una verdadera copia y semejanza de los arenales del desierto del Sabara: torbellinos, bocanadas de arena muy contra nuestro querer; nubes de arena que imposibilitaban ver los vehículos a tres me– tros de distancia, por horas y más horas, ese fue el saldo de esta última parte de nuestra excursión. Los más veteranos baquianos, compañeros del Señor Nuncio en esta jornada, hubieron de confesar que jamás habían visto cosa igual en La Guajira; la reflexión podría ser esta: esterilidad en la pampa y en el alma de esta raza ...
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