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P. JOSE AGUSTIN MACKENZIE 173 el Señor Nuncio, cerraba los actos religiosos del día, para rematar los sociales, con una retreta de gala en. la residencia de los Misioneros Capuchinos, donde, tras breve saludo del Centro Bolivariano de esta ciudad, le fue conferido el título de "Hijo Adoptivo" de Riohacha. Muy conmovido quedó el ilustre visi– tante, y tanto,, que en su discurso de agradecimiento puso de relieve el hecho notorio de haber sido Riohacha, de entre las muchísimas vistadas por él, la única ciudad que lo h~bía declarado "Hijo Adoptivo"; Los suaves albores de la mañana del día siguiente, festividad del Patri;uca San José, asomaron, cuando el Prelado estaba ya en la Iglesia parroquial, en la misa de comunión general, y la Iglesia abarrotada de fieles que despedían desde allí con ese acto, al nuevo Hijo Adoptivo de Riohacha, a mucha honra para la ciudad de Padilla. Las 8 de la mañana sonaban en el reloj parroquial, cuando el Señor Nun– cio, el Señor Vicario Apostólico de La Guajira, su Secretario; Monseñor Mar tini, Capellán de las Salinas de Manaure; la Madre Nieves de Montería, Supe– riora de las Religiosas Terciarias Capuchinas de Riohacha; una Hermana y el autor de Así es La Guajira, Padre Mackenzie, y varios civiles, emprendimos la marcha, rumbo a La Guajira, por la carretera de La Cuestecita.. El retén y moradores de La Cuestecita; y más adelante las autoridades, oradores y habitantes de Carraipía agasajaban al Señor Nuncio, quien, com– placido, contestaba los saludos afectuosos, mientras enrumbábamos a Maicao; la enorme multitud; el discurso del Señor Gobernador; los moradores de la sa– bana en •su genuino vestir; las banderolas; las atenciones de los ricos comer– ciantes del lugar, y la profesión de fe del Padre Miguel de Arruazu, Coopera– dor de •Maicao, impresionaron gratamente al ilustre .huésped, quien, después del almuerzo y rumbo a Uribia, no dejaría de ver la importancia de esta po– blación, la segunda entre todas las de La Guajira. Uribia abría sus brazos al atardecer del 19, y otro discurso del Gobernador daba. la bienvenida al Señor Nuncio, que acababa de llegar a la capital de la Península. Un banquete suntuoso al anochecer cerraba los regocijos del día. Y, celebrada la santa misa al día siguiente, enrumbábamos hacia Manaure, la po– blación de más perspectivas e importancia de La Guajira. Parece que aquí· hu– biera sido el lugar destinado para las grandes satisfacciones espirituales del dig– nísimo huésped: arcos triunfales; discursos de bienvenida; altos empleados de las salinas, venidos expresamente de Bogotá para asociarse a estos regocijos; montones y más montones de sal, apilados formando avenidas interminables del oro blanco de Manaure; abigarrada muchedumbre de indígenas en torno al Señor Nuncio, quien, desde la cabina de uno de los camiones de las salinas, improvisa un púlpito al aire libre; todo esto era Manaure •el día de la llegada del Señor Nuncio. Qué bueno es acomodarse a las necesidades de estas tierras; visiblemente emocionado, como quien desea "hacerse todo para todos, para ganarlos a todos", Monseñor Samoré abre sus brazos para decirle al guajiro, · que también el nativo de la pampa, el acarreador de músculo nervudo y de es– palda encallecida por la sal al hombro, dorado por el sol canicular qlle rever– bera en las charcas de Manaure, también tiene en el Nuncio un Padre y un apóstol. Cual si quisiera hacerse comprender de la muchedumbre indígena, y con la satisfacción del que se ha hecho entender, el Prelado, acomodándose

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