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P. JOSE AGUSTIN MACKENZIE 171 como que, ciertamente nunca había pisado estas tierras un Nuncio del Papa; esto dicen las gentes entusiasmadas; esto es lo que invade desde la mansión más distinguida hasta el más humilde recinto de la gente pobre. Y la noticia es cierta, auténtica, se decían, porque la ha dado el Señor Obispo al Cura Pá– rroco, con, el ;ruego de que sea difundida a todos los moradores de la pobla– ción. ,Sí, Monseñor Antonio Samoré, Nuncio del Papa en Colombia, ha ofre– pido visita. a Riohacha y a toda La Guajira. Y como por ensalmo empieza a organizarse el Comité de Recepción; loi; colegios y escuelas concurren durante una semana entera a los ensayos, en la iglesia parroquial, de los cánticos que servirán de .bienvenida al augusto representate del Pontífice de la cristiandad· Y el entusiasmo de -las Religiosas Terciarias Capuchinas; de las Congre– gaciones y Hermandades; del Comité de Recepción; de los colegios y escuelas; de todos los elementos oficiales y las fuerzas vivas de la ciudad, en estrecha .cooperación con el Párroco, prende la hoguera del optimismo por todos los rincones, y el 18 de marzo de 1952, vísperas de San José y día de la llegada del Señor Nuncio, aparece Riohacha ataviada y engalanada como en sus me– jores días de grandeza señorial. Ni una sola casa, ni una sola embarcación surta en el puertó, ni un sólo vehículo de circulación, estaban sin sus banderi– tas y colgaduras; era una verdadera recepción lo que se le preparaba a la figu– ra más universalmente estimada: al representante de la Iglesia Católica, Mon– señor Antonio Samoré; y si de atavíos hablamos, la Calle del Comercio y todo el trayecto por donde debía transitar el ilustre visitante, relucían lo que de más grande tenían sus moradores: las niejores felpas, colgaduras, terciopelos y tapices, sumados a los letreros alusivos a la emoción del día. Hormiguebán por las calles gentes y más .gentes rumbo al lugar. de cita: frente al hospital, en las afueras de la ciudad. La tribuna, elegantemente adere– zada, era la parte céntrica en torno a la cual se debían congregar las muche– dumbres; desde el micrófono, instalado en la tribuna, el párroco impartía sus órdenes y preparaba los ánimos para •el arribo del Prelado. Banderolas, gallar– detes y serpentinas adornaban el frontis del hospital, y la banda de músicos re– copilaba, para luego relievarlo en sus cadencias armoniosas, todo el entusiasmo que cada uno de los circunstantes vivía en esos momentos. Como dos· mil personas estaban congregadas frente al hospital. De pronto, un ruido de motor, característico, y entre revoloteos sinuosos, expresión viva del que también se asocia a los regocijos colectivos, aparece majestuosa en los espacios, Alas Colombianas sobre Colombia: Lansa, la empresa complaciente, la acogedora y generosa que trae desde la "puerta de Oro de Colombia" Ba– rranquilla, al Señor Nuncio ... Volteos de campanas; bombas que hienden el espacio; cohetes voladores que no llegan hasta la luna; pañuelos que se agitan sin cesar y densa emoción, acrecentada por· la música y las masas corales de todos los estudiantes de la población, que vitorean al Nuncio del Papa que acaba de bajarse del auto– móvil que lo trajo del campo de aterrizaje; todo esto era la expresión de un pueblo regocijado por tan fausto acontecimiento. La ovación era interrumpida; los vivas al Papa, a la Iglesia Católica, a loi; Ministros de Dios, campeaban con el batir de palmas y el agitar de los pañuelos. Besos y más besos al anillo del Señor Nuncio sintetizaban la sumisión de todo uri pueblo al que venía a visi-

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