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140 ASI ES LA GUAJIRA No lo dudamos, y hasta lo hacemos público para dejar la responsabilidad de ese retardarse de la civilización del morador de La. Guajira, a quienes tienen en sus manos todos los medios disponibles para acelerar esta civilización, o sea, a los gobernantes civiles. Que se tome atenta nota, pues, de estas causas aducidas quí por mí, por si algún día se pensara en serio elevar el nivel intelec– tual del guajiro, se encontrarían en ellas las maneras de solucionarlas. Terminado este relato, no nos cabe la menor duda de que los internados son la almáciga donde germinan los primeros y más duraderos arbolitos que algún día cobijarán en sus ramas esa civilización, que todos anhelamos; y no es muy aventurado predecirlo, ya que la mayor parte de los choferes, albañiles, carpinteros, guaireñeros y demás artesanos que en La Guajira trabajan, a •en– tera satisfacción de cuantos los ocupan, o fueron formados por los misioneros en los internados, o de algún modo el misionero intervino indirectamente en su formación. Sí es verídico que milita en nuestra contra una aparente responsabilidad o culpa, de. que el resto de los colombianos no se den cuenta de la labor ímproba del Misionero Capuchino en La Guajira; la culpa está en perfecta armonía con nuestro lema cristiano: "que tu mano derecha no sepa el favor que hace tu iz– quierda a tus semejantes"; francamente, esta culpa no es un desdoro para no– sotros, y conste que al sincerarnos en esta ocasión, estamos lejos de malograr el primer buen intento: hacer el bien, sin pregonarlo a todos los vientos. Si la Misión Capuchina apenas recibe a un niño en el internado le sacara una foto– grafía de su indumentaria típica: con su guayuco (puro indio); al año siguiente lo volviera a retratar con ademanes de civilizado; a los dos años imprimiera un disco mientras este mismo niño está sufriendo un examen de fin de curso; al tercer año lo retratara en Uila partida de fútbol, interviniendo como jugador; al cuarto año le sacara otra foto como ayudante del carro de la Misión, ora declamando trozos de los buenos hablistas, confeccionando guaireñas para sus compañeros; arando la tierra y sembrando los surcos; enjaezando las bestias para las excursiones, y finalizando todo con una nueva impresión de discos, en los exámenes del último año de estudios, etc.; tengo por seguro que cada ciu– dadano elogiará por todas partes la labor del misionero, al comprobar que aquel indígena que figura en la foto tomada al ingresar al internado es el mis– mo magnífico joven su estructura de un caballero correcto, y de una pro– mesa para la Patria ... El capuchino no es el fariseo del Evangelio, que con la trompeta anun- ciadora pregona a todos los vientos su gran labor. . . Más aún, si los jóvenes •choferes, los albañiles, los· mecánicos, los guaireñeros, los agricultores, en fin, •cada cual en su propio oficio, en vez de ir desempeñando en el vestir del civi– lizado, que se confunde con el hombre común, lo hiciera en su indumentaria regional: en su guayuco; y en vez de hablar con sus interlocutores, en el espa– ñol claro y nítido en que habla, lo hiciera en su idioma propio: en guajiro; y para postre, ostentara en su pecho o en su frente un letrerito que dijera: "Yo soy obra y hechura de la Misión Capuchina". . . muy otras serían las recom– pensas que hasta la fecha se les han dado a los misioneros· de uno y otro sexo, pero también muy otra sería la recompensa de Dios en la otra vida. Obremos, pues, el bien, para glorificar a Dios y no para recibir aplausos de la humanidad.
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