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P. JOSE AGUSTIN MACKENZIE 139 que sus padres hacen lo que los hijos quieren, si en uno de esos años interme– dios, al muchacho se le antoja no regresar al plantel; ya le sobreviene un re– traso de dos años más: ei año que dejó de asistir y el que hay que emplear en remozarle nuevamente los conocimientos que adquirió en el último año cur– sado, pues que en sus ranchos no habla nunca el español ni tiene cómo reparar lo aprendido; ese es un año de puro olvido de cuanto aprendió. Con este de– fecto del estudiante guajiro, ¿cuándo va a reconocerse la labor educadora de la Misión Capuchina? Segunda razón: El niño que estudió hasta el Tercer Curso en el internado, por ejemplo, y sale con una preparación suficiente, como para seguir estudios superiores en otro plantel y coronar otra carrera lucrativa, apenas llega a su rancho se despoja del vestido civilizado que se le dio al entrar al internado y usó tantos años; vuelve a cubrirse con su tradicional guayuco, porque sus pa– rientes no tienen con qué comprarle ropa para seguirse vistiendo a estilo civi– lizado. Pues bien, es enteramente cierto que desde el momento en que este joven se vuelve a poner su guayuco y la niña la manta, ya se esconde a la vista del civilizado y de sus compañeros de ¡estudios; no quiere hablar más el español (máxime la mujer); es decir que vuelve a sus primitivas costumbres indígenas, no, quedándole más que el arma peligrosa de saber muchas cosas que ignoraba antes y que utiliza más bien para sus picardías y trucos. Ante esta segunda razón contundente y tristemente real, ¿quién no ve por qué la Misión aparente– mente no ha hecho cuanto le tocaba hacer en beneficio de la cultura del Gua– jiro? ... ¿No ha hecho la Misión, o es que las circunstancias son desfavorables para el fin que se ha trazado el misionero, y muy a favor del indígena que re– husa civilizarse?. . . Todo cuanto llevamos dicho del joven guajiro podríamos también decirlo de la mujer, puesto que la mayor parte de las niñas que llegan a los trece años las sacan sus parientes del internado para recluirlas al inelu– dible encierro; cuando regresa la niña después de ;un año, dos, tres o más de encieuo, ya ha perdido todo cuanto .se le enseñó; ¿y qué no atrasan dos años sin hablar el español, en estas tierras? ... Aducidas las dos razones contundentes que nos proponíamos presentar, a guisa de mayor abundamiento vamos a presentar esta tercera razón: la ociosi– dad, que, si en otras tierras es madre de todos los vicios, en La Guajira lo es más que en ninguna otra· parte. Salido que hubo el joven del internado, con la mediana cultura de que nos hemos ocupado antes, ya se considera superior a los indígenas sin estudios, y cree que para él sería humillante tornar al mache– te, la pala, la flecha, ir tras el ganado como pastor; en una palabra aspira a algo más decoroso y acorde con la mediocre cultura que adquirió en el inter– nado; de ahí que, como no encuentra en qué ocuparse más decorosamente, opta por la ociosidad; se pasa la vidá acostado en el chinchorro, flojeando, ha– ciéndoles el amor a las majayuras con más descaro y menos temor al cobro,' que antes de estudiar, ·porque sabe que con cualquiera engañifa, conquista y desvía al presunto suegro y a la misma muchacha; esta serie de deslices y ocio– sidades cristalizan en el retomar al guayuco, es decir regresa a la pampa como 'cualquier analfabeto de sus conterráneos ... ¿No serán todas estas razones anotadas, suficientes para reconocer que en ellas estriba el secreto de que el guajiro siga viviendo tan silenciado, a pesar de los desvelos del Gobierno Nacional, Departamental y de la tenacidad y ab– negación de los Misioneros Capuchinos?

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