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136 ASI ES LA GUAJIRA menos que el Padre Superior y Director, en el orden educacional; es quien ex– clusivamente debe entenderse con el Superior, para solicitarle los alimentos para ambos establecimientos. Es la única persona que tiene autoridad sobre sus Re– ligiosas, y sólo a ella deben obedecer sus súbditas. La Madre Vicaria hace el papel que desempeña el Padre Profesor en la sección de varones, más o me– nos. Por lo regular, la Comunidad de Hermanas está compuesta de seis Reli– giosas; así es que las demás Hermanas se encargan de los estudios de las niñas, y de las demás labores manuales. Es de notar que, de los varios Padres y Her– manos. que suelen haber en la sección de varones sólo dos perciben sueldo del Gobierno, únicamente como cualquier maestro rural; y que a las seis Herma– nas dedicadas a los estudios y obras manuales del internado, también sólo dos reciben el sueldo de maestras rurales. Son esas, pues, las fabulosas sumas que los Curas y las Monjas (como suelen creer muchos) reciben del Gobierno Na– cional, como pago de sus enormes sacrificios en estos establecimientos, en estos destierros solitarios, en donde se torna, uno misántropo por antonomasia. Para la más exquisita moralidad de las costumbres en las relaciones mutuas de ambos sexos, y para evitar las malas interpretaciones de los que no conocen bien el engranaje y deberes de la vida religiosa, está dispuesto por los Supe– riores Mayores que ningún reliligioso ni alumno de una sección visite a la sec– ción del otro, sin permiso (cada vez) de los respectivos Superiores del sexo contrario. PROCESO QUE SIGUEN LOS NISOS Y NISAS AL INGRESAR EN EL INTERNADO Y SU PERMANENCIA EN TALES PLANTELES Cuando empezaron a funcionar por primera vez los internados en La Gua– jira, el misionero tenía que ir de rancho en rancho en busc,a de los niños indí– genas, para llevarlos al plantel, y las más de las veces no recibían otra cosa que negativas; veían los indiecitos al Padre, Hermano o Hermana que se acer– caban al rancho y corrían despavoridos, como si se los fuera a comer. Hoy en día, en tal forma se han dado cuenta los guajiros de la utilidad que reportan sus hijos al ingresar al internado, que no se puede aceptar todo el crecido nú– mero de los que piden ingreso, viéndose obligados a rechazar buena parte de los solicitantes, dejando nuestras almas llenas de amargura, porque sabemos que muchos de los rechazados por nosotros, por falta de cupo en el local y porque los auxilios que da el Gobierno no alcanzan al sostenimiento sino de determinado número de niños, se van a otras tierras y se corrompen antes de tiempo, y malogran así su futuro. Cuando llevan a matricular a un mno que jamás ha estado en el inter– nado, se presenta en su vestir típico: el guayuco; se le despoja de sus arreos y se le viste al modo civilizado de los otros niños; se le da hamaca o dormitorio, todo sufragado con los fondos del internado, o sea, con los dineros asignados como mensualidad del plantel, pues los acudientes del matriculado nunca ayu– dan con nada; una vez matriculado sigue la vida común de alumno interno becado de por vida, mientras permanezca allí. Absolutamente todos los gastos corren por cuenta del Director del internado; automáticamente queda el niño equiparado al hijo de familia, que no tiene más faena que obedecer, estudiar, comer y dormir. De modo que el Director del internado es quien tiene que ver

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