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128 AS! ES LA GUAJIRA Asimismo, según el artículo ll del "Statu'.tum pro Missionibus", el Minis– tro Provincial, bajo la dirección del Ministro General, es constituído, superior inmediato de las misiones que la Congregación de "Propaganda Pide" ha con– fiado a la Provincia; por consiguiente, el mismo Provincial puede y debe visi– tar así la Misión de Propaganda como la Custodia. Así las cosas, y para exonerar al Vicario Apostólico del cargo de Superior Regular, que venía desempeñando aunque interinamente, fue nombrado Superior Regular el Muy Reverendo Padre Eloy de Orihuela, con residencia en Rioha– cha, y Superior y Visitador Permanente de la Custodia de Bogotá y Barranquilla el Muy Reverendo Padre Diego de Benisa". A estas alturas, pues, eri que se encontraba el Vicariato, con terrenos y jurisdicciones definidos, con. un lujoso personal de Padres y Hermanos Capuchi– nos, ávidos de conquistas espirituales, equipados con la misma fe y arrojo de los misioneros más entusiastas de otras tierras, sólo faltaba una mano impulsa– dora, un Gobierno comprensivo y dispuesto a arrostrar la magna empresa de la civilización de un pueblo que sí se la merecía: el guajiro. Y en efecto, el Gobierno de Colombia supo hacerles frente generosamente a todos los proble– mas que le fue presentando el misionero, debiéndose, en gran parte, a su solici– tud y buena voluntad la rápida conquista del morador de la pampa; Y a la verdad, el Gobierno Nacional, convencido de que todas las obras i~tes deben ser atendidas con la mayor solicitud, no escatimó en ningún momento los fondos del Erario patrio, sino que, a manos llenas, estuvo pronto para. socorrer las nec.esidades y exigencias inherentes a esta empresa de gran en– vergadura. A esta generosidad del Gobierno se debe el que se hubiera podido llevar a cabo empresas arduas y cc;istosas, como lo son todas las que requieren los comienzos de una civilización, en las que gran parte del dinero se gasta en ensayos, algunos de los cuales marcarían la pauta a seguir, en tal ideal. La Misión Capuchina, en asocio del Gobierno Nacional y de muchos ciu– dadanos de Riohacha, que se brindaron para contribuir también a la conquista y civilización del nativo de la pampa, fue abriendo caminos, que mejor llama– ríamos trochas, en casi todo el territorio guajiro, e introduciéndose lentamente hasta llegar a los lugares más apartados, y que después, con el correr de los años, el mismo Gobierno las aprovecharía para definirlas más como carreteras. La palabra dulce, cristiana; salida de los labios del misionero, era como el pri– mer rayo de luz en esta obscuridad, como la primera brizna que nacía; la pri– mera valla, el primer dique que se ponía a las venganzas fratricidas; coino el arco iris, que en sus siete colores anunciaba la reconciliación del hijo de la pampa con el aríjuna, el civilizado; como el símbolo del respeto que venía a restaurar la moral trunca y socavada por los falsos colonizadores criollos. . . Y, desde entonces, el abnegado misionero cabalgó unas veces, y anduvo a pie otras, de rancho en rancho, llevando la palabra de consuelo y de paz al guajiro; desde entonces el oído del morador de estas •tierras volvió a oir los nombres de Dios: Mareigua, que oyera antes de la Independencia. Las figuras de Monseñor Atanasia, Monseñor Bienvenido, Monseñor Vi– cente, Esteban de Uterga, Estanislao de Reus, Eugenio de Carcagente, Francisco de Orihuela, Domingo de Alboraya, Ildefonso de Llanera, José de Alcudia, 11-
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