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120 ASI ES LA GUAJIRA y con el propósito de afianzar su acción sometedora se trasladó a Bahía-Honda, donde construyó un fuerte y se dedicó a impedir el negocio de a:tmas y muni– ciones, de las cuales comenzaban los guajiros a hacer uso por primera vez contra los soldados españoles. En 1767 incalculables fueron los males producidos a la colonia por la in– justa e impolítica providencia del Rey Carlos III, desterrando a los jesuítas del país. Pero lo más grave e irreparable para el progreso fue la ruina de las misio– nes establecidas por aquellos celosos apóstoles de Cristo. Las misiones queda– ron, pues, paralizadas, hasta el año de 1886, cuando volvieron al país los je– suítas y otras comunidades católicas, dedicadas anteriormente a las misiones ca– tequísticas en tierras de salvajes, y la paciente y meritoria labor de la enseñanza de la juventud". • Las luchas fratricidas de castas contra castas tenían tinto en sangre el te– rritorio guajiro; la insolencia del civilizado: embaucador, raptor, seductor y tra– ficante; las riquezas del mar en perlas y sal; lo indefinido de las fronteras con la nación hermana; el analfabetismo rayano en baldón nacional, en estas tierras guajiras, y, en fin, el deber de incorporar definitivamente algún día, civilizada ya La Guajira, al resto de Colombia, indujeron al Gobierno Nacional, allá por los años de 1866, a buscarles una solución satisfactoria a tales problema, en– tonces candentes. ¿Qué hubiera sido lo más aconsejable hacer para lograr este fin?· ... El Gobierno fue haciendo sus ensayos: se situaron gendarmerías por varias partes del territorio guajiro; se enviaron comisiones especiales para es– tudiar los problemas ya susodichos, y sus resultados no fueron todo lo satis– factorio que se quería ... Entonces optó el Gobierno por recurrir a la intervención del Misionero Ca– puchino, que ya desde antes de la Independencia se había connaturalizado con el guajiro, y había logrado reducirlo a su cariño y amistad, y que sólo el desa– cierto de la pragmática de Carlos III, expulsando. a los misioneros, les hizo abandonar estas tierras regadas con sus lágrimas. En este trance, el fusil del gendarme fue sustituído por la Cruz de Cristo; la voz colérica del representante de la autoridad, agreste y dura, por la voz del misionero, que, son palabras dul– ces y cristianas, amansaría aun a los más indómitos moradores de las monta– ñas de Cocina. Antes de la llegada de los Capuchinos a La Guajira, dos sacerdotes, pro– cedentes de la isla de Curazao, llenos de celo apostólico resolvieron catequizar a estos indígenas. "En efecto, en el año de 1880, dos sacerdotes de la isla de Curazao, los reverendos Padres Juan Antonio te-Riele y Femando Eduardo C. Kieckéns, se presentaron al Ilustrísimo Señor Obispo de Santa Marta solicitando continuar la obra civilizadora de La Guajira, manifestando que todos los gastos que oca– sionase la Misión correrían por cuenta de ellos. Obtenida la venia, emprendie– ron su noble labor. Solícitos se mostraron por la futura suerte de aquellos des– dichados, en medio de quienes permanecieron largo tiempo, y, gracias a sus esfuerzos y a su paciencia puesta a toda prueba, supieron sobrellevar tantos trabajos como les sobrevinieron. Mas a pesar de su celo evangélico y de su gran amor a los indígenas, a quienes se esforzaban en ilustrar y convertir a la

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