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P. JOSE AGUSTIN MACKENZIE 119 planes la mayor parte de sus rentas. Otro tanto hizo el Obispo José Gabriel Arráus, en unión de varios sacerdotes, pero todo fue como arar en el mar, y la rebelde indiferencia de esta tribu obligó a decir al prelado: "Dádivas quiebran– tan piedras, más no almas guajiras". En 1749 trajo de España el Virrey José Alfonso Pizarro siete jesuítas para la reducción de los indios guajiros, de mucho tiempo atrás a cargo de abnega– dos Padres Capuchinos, con orden de que éstos debían trasladarse al Darién. Los hijos de Asís no se negaron a cumplir el mandato superior, pero sí manifes– taron que mientras el gobierno colonial no terminara con el comercio de lico– res embriagantes y con el de armas de fuego, la misión de reducción sería poco eficaz, lo que dio lugar a que ni los jesuítas vinieran a La Guajira, ni los capu– chinos fueran al Darién. Aceptada a Pizarro la renuncia del virreinato de 1753, vino a sucederle el excelente mandatario don José Solís Folch de Cardona. Deseoso éste de trans– formar La Guajira, dictó disposiciones cuyos resultados no correspondieron a su generoso esfuerzo. Mejor éxito alcanzó entre los indios de la Sierra Nevada de Santa Marta, de índole distinta a los guajiros. Durante la administración de Folch de Cardona, el popular cacique Cecilio, de origen mestizo, hijo de una guajira de nobleza indígena, inspirado en sus buenos d.eseos de impulsar la ci– vilización de sus coterráneos y ayudado por el sacerdote Julián, uno de los que habían ayudado al Obispo Arrús cuando ejerció su episcopado en esta península, viajó a Santa Fe, capital del Virreinato, para seguir luego a España con el mismo laudable propósito. Entre las personas con quienes se relacionó el caci– que Cecilio durante su viaje estrechó amistad con un hábil comerciante andaluz, quien pretendía mercantilizar el noble ideal del cacique. Aspiraba el español, en asocio del guajiro, conquistar la península, siempre que se le permitiera el negocio de esclavos negros y la exclusiva en el de harina de trigo para el con– sumo de Santa Marta y Río-Hacha. El Virrey Solís, al tener conocimiento de • las pretensiones del andaluz, le desbarató sus planes. El cacique Cecilio regresó a sus pampas acompañado de su fiel amigo el sacerdote Julián. En el año de 1773 principió a ejercer el mando el Teniente General de la Real Armada don Manuel Guirior, y gracias a las disposiciones que tomó desdf que llegó a Cartagena, consiguió dominar el alzamiento de los indios de la pro– vincia de Río-Hacha, que desde tiempo de Mesía se habían levantado amena– zantes con armas de fuego y municiones que obtenían en su comercio con los extranjeros. Pero para. conseguir la total pacificación de los infieles, el magis– trado estimaba indispensable el fomento de las misiones en aquella región. A tal respecto dice en su relación de Mando: "Por el celo de los Capuchinos mi– sioneros que acaban .de llegar de España, podrían ser atraídos al conocimiento de la verdadera religión, colocando a aquellos por curas en los pueblos ya es– tablecidos, como lo están, habiendo relevado a los anteriores y haciendo en– trada a las parcialidades; dirigiéndose la atención a los indígenas cocinas que han sido. los más tenaces y perjudiciales, y aun no habrá inconveniente en que estos mismos misioneros se ejerciten en reducir a los chimilas, en que se ocupan ya dos". En esta rebelión de los guajiros preparada contra las poblaciones civi– les existentes en su territorio, cuatro fueron reducidas a cenizas. Informado el Virrey de lo ocurrido, envió con carácter de Visitador al célebre Coronel An– tonio Arévalo, quien, ascendió más tarde a Mariscal, logró pacificar los ánimos
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