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P. JOSE AGUSTIN MACKENZIE 117 cedros del Líbano, inmoble en el vaivén de las edades, en el vendaval de las corrientes paganas que azotan sin cesar a la humanidad, originarias del mundo pseudocivilizado! ¡Bendita, porque estás cumpliendo a cabalidad con el desti– no que te señalara la Providencia Divina en esta hecatombe de los pueblos fra– tricidas, ávidos de conquistas terrenas y de sangre de inocentes! Bendita seas, España, porque tus hijos más caros, los sacerdotes, los misioneros de ambos sexos, diseminados por doquier, van con el lábaro santo de la cruz y librea del Maestro, enseñando al mundo pagano la abnegación, el sacrificio y el despre– cio de todo lo terreno, tan en desuso hoy; sembrando con dolor y con lágrimas la semilla del Santo Evangelio, al modo como lo vaticinara el Real Profeta Davjd: "Euntes ibant et flebant, mittentes semina sua"; para recoger más tarde con alegría (como ya lo estamos haciendo los contemporáneos) el ciento por uno de la cosecha: las almas conquistadas para Cristo, también como lo vati– cinara el mismo profeta Vidente: "Venientes autem venient cum exultatione, portantes manípulos suos" ... 1 Y bendita mil y más veces, Orden Seráfica Capuchina, a quien tengo el honor de pertenecer desde mi mocedad, cuna de innumerables santos, hija del Serafín de Asís, Francisco, egregia antorcha de la Iglesia de Dios, que marchas a la vanguardia del apostolado entre infieles, a través de los siglos, en los os– curos y abyectos rincones del mundo, allí adonde sólo llega la luz del sol; en donde sólo hay por compañeros el analfebetismo, la pobreza preconizada por Cristo; en donde se hermanan como en estrecha coyunda, con una similitud pa– radisíaca, el hermano misionero, el hermano indígena, la hermana agua, el her– mano fuego, el hermano sol, como cantara el pobrecillo de Asis en el Medio Evo ... ; en una palabra, allí en donde se vive como en los primitivos tiempos, allí va el Misionero Capuchino, dando a conocer a Dios, a costa de innumera– bles sacrificios! Bendita, por último, Provincia de la Preciosísima Sangre de Cristo, de Va– lencia, porque atesoras en tí el doble elogio de tus hijos capuchinos y valencia– nos. A tí, Provincia egregia, donde forjé mi alma al calor de tus maestros y sus doctrinas santas, en los ocho años que conviví en tu seno maternal; a ti, que te has desprendido para el apostolado en misiones en mi Patria, Colombia, de muchos de tus hijos, de estos misioneros que integran la Misión Capuchina de La Guajira, Sierra Nevada y Motilones, y de aquellos que murieron ya, y cuyas virtudes perfuman todavía el pensil de estos lares patrios; de esta pléya– de de valientes, abnegados héroes de la fe y de la Patria, quienes, con desinterés y tesón acaso igualado pero jamás superado por nadie, en la civilización y co– lombianización del indígena, han luchado hasta engastar en la corona de gran– dezas que ciñe la Patria Colombiana, esta perla valiosa de las Antillas que se llama La Guajira, para quien sonríen halagadoras esperanzas de progreso, ahora que el úobierno Nacional está empeñado en dotarla de agua y de otras fuentes de desarrollo estable y eficiente. Este preámbulo nos da margen para hacer la relación de la labor llevada a cabo por la Misión Capuchina, en pro del indígena guajiro, comenzando desde la Colonia y la República, hasta nuestros días. Los seguidores de Francisco, pues con los pies desnudos, ceñidos los lomos con el cíngulo de la castidad, vestidos con la librea pobre de su santo Fundador; con el santo Rosario a la cintura y desprovistos de alforjas y dineros, pero señoreando en sus almas vivos
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