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P. JOSE AGUSTIN MACKENZIE 115 dad precisa encauzar por derroteros de ética; vale decir: hay que reconstruirle su personalidad perdida, e ingertársela en los que jamás la han conocido; de lo contrario, los hombres no se entenderán unos con otros; en fin, enseñarle a nuestros semejantes, la verdadera doctrina de Jesucristo, único Salvador, en este maremagnun de míseras pasiones, EL VELORIO AL SACAR LOS RESTOS La fosa que cubre al guajiro difunto en su primer entierro no es la última y definitiva morada, pues, una vez pasados los dos primeros años de su muerte, desentierran su cadáver para colocar los restos en la que sí será su última tumba: el vaso cinerario, y en lengua regional, la múcra o tinaja. Más o menos a los dos años de muerto y sepultado un guajiro, ,sus fami– liares resuelven hacer el llamado velorio de los restos. Un perito en la materia (casi siempre mujer) o una parienta del difunto, se encarga de realizar la cere– monia. Los allegados fueron preparando, con anticipación, el ron y unos cuan– tos cameros y toretes; esta vez no hay reparto de animales a los concurrentes (la tasara), sino solamente comestibles. Llegado el día fijado y anunciado con antelación, van llegando al rancho o lugar donde reposan los restos del difunto; se congrega una buena cantidad de personas de ambos sexos, en ese lugar, y se reparte ron y tajadas de carne que van comiendo todos; este licor no lo beben las mujeres. Llegado el momento oportuno, la designada para hacer el desentierro y traslado de los restos se remanga y se sienta; se lava las manos con exquisito cuidado, se toma un poco de ron o también agua de malambo (que es lo más usual), u otro brebaje, como para confortarse y guardar arresto, y una vez sacado el ataud a flor de tierra y destapado, empieza lentamente, como quien escarba, a sacar hueso por hueso del difunto y a limpiarlo con gran es– mero; estos huesos los va colocando en un pañuelo sostenido por una niñita, la cual toma antes de esta operación agua de malambo; y este pañuelo lo depo– sita luego con todos los huesos en una múcura o tinaja que cierra hermética– mente, que es colocada en la bóveda de la casta; o también la entierran en el suelo, según el caso. Terminada la ceremonia, cada cual regresa a su casa sa– tisfecho de haber llenado un acto social. En los traslados de restos de indíge– nas ricos también suele haber reparto de animales, como en el primer velorio. Es de rigor que la persona que saca los muertos no coma con sus propias manos durante algunos días; ni tampoco puede comer en demasía; debe ayu– nar algo en esa temporada corta; la· comida se la suministra otra persona; no puede rescarse con sus propias uñas; sino hacerlo con un palito; la razón de ambas prohibiciones es porque se considera contaminada por varios días la en– cargada de sacar los restos. En alguna región de La Guajira hacen esta opera– ción con guantes, y es introducción del civilizado. La deseri.terradora debe acostarse dos noches en un chinchorro muy pe– queño y estrecho, y alguien de"e permanecer toda la noche a su lado desper– tándola continuamente, ian luego como vea que está al conciliar el sueño; la razón de esta vigilia tan larga es porque así, despierta, la desenterradora podrá rechazár cualquier acometida que el alma del difunto intentare durante la noche. * * *
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